Una trampa defectuosa
- martes 08 de marzo de 2016 - 12:00 AM
En ocasiones la necesidad hace que el hombre invente cualquier estrategia para lograr su cometido y en esta ocasión Alberto quiso soltarle a Raisa la clásica de que andaba en problemas con la esposa y que de un momento a otro estarían en el trámite del divorcio, pero la damita no estaba para comer cuentos de casados y lo paró de una vez: No creo en el amor ni ando buscando marido de planta, lo mío es encontrar un brazo en el que apoyarme, pero no quiero brazo vacío, busco un brazo con verdes, el amor sin plata ya pasó a la historia. Lo que puso a maquinar a Alberto sobre cómo poder gozar de aquel cuerpo femenino.
Fue en una pachanga de la oficina en la que Alberto, animado por el guaro, le dijo a Raisa que quería algo serio con ella. Exactamente qué quieres decir con eso de serio, le respondió la mujer. Él la miró tan sensual metida en ropa de fiesta y se vio navegando en esas curvas, pero no encontró las palabras acertadas y soltó un discurso largo exaltando la importancia de que cada persona tuviera alguien a quien contarle sus penas y con quien debatir los planes, etc.
Ya yo te hablé claro, yo necesito y quiero ese apoyo, pero que eso venga con plata, sin dinero no hay amor que merezca llamarse así ni que dure mucho, le contestó Raisa. No le quedó otra a Alberto que verla bailar con otros, porque él podía darle amor y mucho sentimiento, pero de eso a soltar los pocos verdes que le quedaban tras cumplir los compromisos del hogar era otra cosa.
Unas semanas después se supo en la oficina que Alberto se había ganado el Gordito. Un pedacito solamente, decía él. El cuento lo supo Raisa, quien pasó frente al ‘adinerado' moviendo su retaguardia a más no poder, pensando que ahora sí podría él extenderle el brazo repleto de chenchén.
La negociación fue breve y pronto acudieron a los cuartos refrigerados. Raisa pensaba sacar todo su talento para que él soltara buenos verdes, pero a aquel le pasó como al que tiene mucho apetito y se le va apenas ve una comida suculenta. Un meneíto de ella puso fin a todas las ansias tanto tiempo guardadas por Alberto, quien alegó que su rapidez se debía a un medicamento para curar la sudadera que lo atormentaba desde la edad infantil. No te preocupes, otro día volvemos, sugirió ella y se vistieron para salir.
¿Y entonces?, le dijo ella frente a la puerta.
Entonces qué, preguntó Alberto.
‘Dame mi plata, yo no soy ninguna vieja ni ninguna fea para soltarlo gratis', gritó Raisa. ‘Qué plata, si yo no tengo ni dónde caerme muerto, mi mujer me tiene loco pidiéndome 200 dólares y no tengo cómo conseguírselos', contestó Alberto, pero ella no estaba dispuesta a dejarse embaucar y lo empujó. Discutieron un rato hasta que él le confesó que era cuento lo del Gordito.
Ah, sí, coge, mentiroso, conmigo no juegas, cabrón, gritaba Raisa descompuesta, y, sin que Alberto pudiera impedirlo, le hizo un chupete en la tetilla derecha. Luego se esfumó.
Desesperado por la marca comprometedora pasó donde su hermana, que después de ponerle mucho hielo le aclaró que esa huella duraba como dos semanas, de manera que no le quedó otra que llegar a su casa y enfrentarse con su celosa mujer, quien le dio dos bofetadas y le aclaró que ese ‘perdón' le costaría unos 200 dólares.
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Directa: ‘Ya yo te hablé claro, yo necesito y quiero ese apoyo, pero que eso venga con plata'
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Astuta: ‘ese perdón te costará unos 200 dólares'