Un tinte para él
- miércoles 05 de octubre de 2016 - 12:00 AM
La infidelidad tiene muchos caminos y recursos, y a diferencia de antaño, ya no se necesita una tercera persona para acordar los encuentros de los amantes, gracias al celular esa cita prohibida ahora es pan comido, y si el cónyuge se entera es porque uno de los dos se pasó de lengüilargo o no supo controlar las emociones que se derivan de estar ‘nuevamente' ilusionado.
Sergio era novato, principiante absoluto en esto de ponerle cachos a la esposa; en 18 años de vida conyugal jamás había tirado una canita al aire, ni con el pensamiento, pero esa fortaleza de fidelidad se empezó a tambalear apenas conoció en una fiesta vecinal de cumpleaños a Sisy, la sobrina de la esposa del vecino. La damita llegó al festín a ayudar a la tía a preparar y repartir las viandas, y se dio el corrientazo apenas ella le entregó el plato de comida a Sergio, quien ese día fue solo a la pachanga porque Samanta, su esposa, andaba por el interior. Fue mutuo, según comentaron ambos. Ella sintió el calorcito en el bajo vientre y él se estremeció de la cintura hacia el sur en cuanto la mano de ella rozó la suya para darle y recibir el brindis de la fiesta.
La paz huyó de la vida de Sergio, y empezó a pesarle la edad, se sentía viejo con 41 años, lo que lo mortificaba hasta desvelarlo con la mente fija en cómo reparar en su cara, en su organismo y en todo él los veinte años que lo separaban de Sisy, quien ahora venía a menudo a casa de los parientes y en una de esas venidas se lo encontró en el minisúper y allí mismo, disimuladamente, le pasó un papelito con el número del celular, que Sergio guardó, dizque por si las moscas su mujer le revisaba el aparato, con el nombre de Fernández compañero de trabajo. Pero Samanta no era mujer de gastar palabras en reclamos ni sospechas, ella se acogía al viejo método científico basado en la observación, por lo que andaba ojo al Cristo desde que su marido dejó de cenar arroz con la excusa de que la panza le estaba creciendo a millón y él acusaba como único culpable al popular grano. Esos cambios en la alimentación, la apatía en la cama, él, que antes quería darle rejo todos las noches, a veces hasta más de una vez, ahora de a malita la tocaba una vez por semana.
‘Eso no es de ahí', dijo Samanta una madrugada, y Sergio, que estaba desvelado y soñando con rejuvenecerse para estar a la par de su amante Sisy, se incorporó gritando ‘qué cosas dices, qué es lo que estás hablando, qué, qué'. Samanta se levantó y encendió la luz, le agarró la barbilla con violencia y le preguntó las cinco clásicas: ‘quién es, cuántos años tiene, cómo es, dónde vive o trabaja, desde cuándo andan'. Sergio, que andaba con los nervios de punta porque Sisy quería que él se tiñera el pelo para disimular las canas, se puso a llorar y luego juró por sus hijos y su madre que él no andaba en nada, que si andaba raro era porque tenía problemas para orinar y que eso le preocupaba demasiado, por el temor a algo incurable.
Salió airoso de esa, porque Samanta aún lo amaba como el primer día y porque siempre acabamos creyendo lo que desea nuestro corazón, pero la tranquilidad le duró poco. En el próximo encuentro, Sisy se negó a dárselo si él no aceptaba que ella misma le pusiera el tinte. Fueron momentos duros, él se opuso rotundamente, pero ella lo amenazó con dejarlo para siempre. Y ganó la cuca. Casi a medianoche regresó Sergio a su hogar. Volvió pelicastaño y su mujer no admitió ninguna explicación. Lo sacaron enseguida de la casa, y una vez descubierto, cogió para donde Sisy, quien no lo recibió porque una cosa era una aventura con un viejo y otra vivir el día a día con él.