“Salami”
- jueves 03 de marzo de 2016 - 12:00 AM
Medea no era mujer de arrimarse a la cocina a preparar un buen pebre, ella era de comidas rápidas, le bastaba con un emparedado de embutidos en los tres golpes. Cuando el primero de los tres maridos de planta le advirtió que cogería calle si ella no cambiaba ese menú, Medea se defendió diciéndole ‘mira, belleza de hombre, todavía no ha nacido el guapo que logre que yo me arrime a una estufa, así que la puerta está abierta, pero esta que está aquí y que te pone a gozar de lo lindo no sabe ni le interesa aprender a cocinar'; el segundo protestó al mes y con amenaza, y ella le repitió el discurso, agregando ‘tú sabías perfectamente que la cocina y yo somos enemigas declaradas'. También se fue aquel luego de tres años de comer emparedados de embutidos, el tercero aguantó más que todos: siete años que le dejaron el estómago jodido de por vida.
Medea no lloró a ninguno de los tres, siguió sola y feliz con sus emparedados, y era tanta su fijación con los embutidos que siempre los tenía en la mente, tanto que una vez dijo en la hora del almuerzo: ‘Ese Aureliano está más bueno que un salami'; el desocupado que nunca falta en ninguna empresa la cazó y en lo sucesivo llamaba ‘Salami' a Aureliano, a quien al principio le molestaba que lo llamaran así, pero la perseverancia del necio pudo más y se extendió a los compañeros hasta que aquel se acostumbró y contestaba tranquilamente cada vez que oía ‘Salami'. El lío se le armó cuando su mujer, que era demasiado celosa, llamó al trabajo para saber si en verdad estaba allí, era una medida de control que ella usaba a diario para verificar si el marido de verdad estaba donde debía estar. ‘Llámame al celular, que las recepcionistas se cabrean de tu llamadera', pedía Aureliano, pero la dama contestaba: ‘Sí, cómo no, qué lindo, qué sé yo si me contestas en el celular diciéndome que estás en el trabajo y en realidad tienes una debajo dándole mi manduco'.
Cuando entró la llamada, la recepcionista le pidió a alguien que pasaba por ahí que fuera a buscar a Aureliano, y el compañero voceó: ‘Hey, ‘Salami', teléfono, corre ‘Salami', métele piernas'. Fue tan alto el grito que aquella lo oyó y recogió al marido por la línea. Aureliano se defendió con la mejor arma: la verdad. ‘A mí me dicen así, pero no sé por qué'. Cerró cuando su mujer cortó la llamada advirtiéndole que pronto llegaría a la empresa a averiguar por qué lo llamaban ‘Salami' y quién le había puesto ese apodo.
Formó un lerelere con los seguridad que no la dejaban entrar por la vestimenta, pero se les coló y llegó vuelta una fiera; les tocó a las recepcionistas sufrir el primer vendaval, las interrogó como a dos chiquillas y hasta amenazó con sacarles los dientes si no la dejaban pasar hasta el departamento de mecánica, donde laboraba Aureliano, quien se presentó sin ser llamado y trató de llevársela para la casa. La mujer estaba fuera de sí y exigía saber quién le había puesto ese sobrenombre. ‘Es él o es ella quien te apodó así, ese parece apodo de maricón, y si fue una mujer tiene que ser que te lo dio, nadie le pone un apodo así a un desconocido', gritaba la celosa; a un mirón le preguntó si sabía algo y lo acorraló hasta que este dijo ‘más o menos yo sé quién fue'. Cuando trajeron autor del refrán, ella lo arañó y luego el hombre cantó. La mujer corrió al escritorio de Medea y la agarró desprevenida, pero se le viró la tortilla apenas las compañeras salieron a defenderla. En el tumulto rompieron sillas y hasta hubo dos fracturadas, entre ellas la esposa, que también salió con los labios hinchados y una lámpara cerradita. A Aureliano lo despidieron por no enseñarle a su mujer que el trabajo no es sitio para arreglar problemas de celos.
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Refrán: No hay más brava cosa que una mujer celosa.
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Floja: Aún no ha nacido el guapo que me ponga a cocinar.