Ropa quemada

Cuando supieron el cuento se marcharon todos, amparados en la sabiduría de que en pelea de marido y mujer nadie se debe meter
  • miércoles 25 de enero de 2017 - 12:00 AM

La pasión amorosa es la mayor locura de los mortales. Erasmo le era infiel a Deyka; según él, la razón de los cachos era mantener viva la llama de la pasión casera, ya que al hacerlo con otra ganaba experiencias nuevas que luego ponía en práctica en la cama conyugal para que su mujer no sintiera que él siempre lo hacía de la misma forma.

Alba, su amante, se cansó de que cada vez que se encontraban era para ir directo al hotel, por lo que le exigió que la llevara a bailar a un toldo donde se izaría la bandera del Carnaval del culantro. La petición le paró los pelos al amante, que sabía que no podía perderse de su casa un sábado, y menos en horas nocturnas. Trató de convencerla de llevar música al hotel y bailar allí todo el rato, pero Alba no aceptó y gritó: Me llevas o terminamos.

Le tocó prometer que sí la llevaría, y empezó a maquinar cómo escaparse de la casa. Consideró todas las opciones, desde un trabajo extra por allá por las rejuneras del interior del país hasta enfermar o, en caso extremo, mandar a mejor vida a sus abuelos residentes allá en las honduras de El Chirriscazo. Las estudió todas, pero ninguna estaba exenta de muchos riesgos de ser descubierto. El amigo fiel le sugirió que le llevara un buen regalo a Deyka y luego le pidiera a rejo pelado permiso para salir el sábado en la noche. Erasmo recordó enseguida que su mujer siempre había anhelado una estufa grande, y le dijo al compañero que le compraría una grandota, pero aquel lo regañó ‘no seas tan ignorante ni runcho, cómo le vas a regalar una vaina como esa, cómprale una joya, una cadena de oro con dos corazones, que diga tú y yo, forever in love'.

El regalo deslumbró a Deyka, quien se quedó calladita unos segundos, digiriendo la petición de su marido para salir sin ella el sábado por la noche. La mujer acariciaba los corazones dorados y releía lo escrito cuando le contestó: ‘Dale, tú sabes que yo soy una mujer fina y no bailo en toldos, tampoco me gusta nada que huela a Carnaval'. Fue una emoción indescriptible la de Erasmo cuando le dieron el sí; pasó la semana cuidándose y pensando en la noche mágica en la que él iría a bailar con Alba y luego se meterían al hotel a desahogar el cuerpo. Sintió que los días pasaron lentamente, como que las horas cogían un cinco entre una y otra, pero por fin llegó el sábado.

Antes de las ocho entró a bañarse. Se lo lavó más de la cuenta porque sabía que después de tirar pasos le daría uso, y estaba en eso cuando percibió el olor a humo. Desde el baño le mandó un par de carajazos a la vecina: ‘Vieja cansada de vivir, ya está quemando las hojas del mango, el lunes la voy a denunciar, lo que le falta es un viejo que se la tire y le quite las ganas de quemar pendejadas'. Salió del baño dispuesto a ponerse la ropa para el pindín; dos sorpresas lo esperaban: el ropero estaba vacío y el olor a humo venía de su mismo patio. Se asomó y vio a Deyka parada frente a una hoguera donde alcanzó a distinguir, entre la llamarada, la camisa que pensaba ponerse para ir al baile. Corrió hacia allá y comprobó que toda su ropa era ceniza, hasta su único par de zapatos había pasado a la fogata. La cordura huyó de él, y agarró a su mujer por la melena y la sacudió mientras la amenazaba con tirarla a arder junto con las cenizas de su ropa. Los gritos de ella atrajeron a los vecinos, quienes se extrañaron de hallarlo desnudo y con intenciones de quemar con fuego real a la pobre esposa. Cuando supieron el cuento se marcharon todos, amparados en la sabiduría de que en pelea de marido y mujer nadie se debe meter.

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