Sus risas se convirtieron en muecas

Ser madre soltera no es nada fácil, sobre todo si el padre de los come arroz no coopera para la alimentación o necesidades más básicas
  • domingo 13 de marzo de 2022 - 12:00 AM

Ser madre soltera no es nada fácil, sobre todo si el padre de los come arroz no coopera para la alimentación o necesidades más básicas. En el barrio El Limoso varias mujeres sufren esa pesadilla. Algunas no pierden el tiempo y exigen su pensión alimentaria, otras, por pena al que dirán, no lo hacen y aguantan calladas.

Lo cierto es que sea cual sea el caso, es difícil enfrentar esta situación. Esto le pasa a Marlén, una joven de 26 años que a pesar de ser una profesional, se encuentra con una series de tropiezos que iniciaron cuando quedó embarazada.

La razón: el padre de su retoño, en vez de formalizar un hogar, se fue con otra.

Aunque eso la lastimó, ella siguió adelante, pues tenía una motivación para ser fuerte. Su hija, a quien llamó Cala, que significa "fortaleza".

Al paso que iba creciendo Cala, su padre Enrique, era muy manipulador y un poco grosero. Actitud, que odiaba Marlén, pero se la aguantaba, por el chen chen que recibía. Todo marchaba bien. No eran pareja formal, pero ella debía hacer lo que él decía. Hasta que un día se cansó y no dudo en quitarle la ayuda extra que le daba, sin importar que fuera la madre de su hija y la pequeña se quedara sin un plato de arroz que llevarse a la boca.

Enrique solo se limitó a dar una pensión básica que no alcanzaba para nada. Ella guardó silencio, y no llevó el caso a la Ley. Marlén costeaba todo, pese a que su salario tampoco le alcanzaba. Hacía magia y por las noches, cuando nadie la veía, se ponía a llorar como una Magdalena. Lloraba, pues las deudas se la estaban comiendo viva.

Su expareja pensó que siempre ella estaría así y comenzó a despreciarla. Un día, Marlén conoció una abogada y se hicieron buenas amigas. Al tiempo, le contó, que a veces no tenía ni para comer, ya que el papá de la niña se desprendió y de vez en cuando le depositaba algo de dinero.

La letrada le indicó que por qué no lo había denunciado ante la ley, que en estas situaciones era lo más prudente, que una autoridad determinara el monto y no a la ligera. Ella se negaba a dar ese pasó, pero su amiga la convenció.

Las rizas de Enrique se convirtió en mueca cuando recibió la noticia de que tenía que pagar lo que realmente correspondía a Marlén. Ahora tenía que bailar al son de la ley. Al principio quería hacerse el loco, pero vio la seriedad del asunto cuando un día lo detuvieron y en el pele polis aparecía su nombre por desacato en la pensión y quedó tras las rejas.

Ahí no solo lloró, sino que hasta pidió perdón, y prometió ya no ser más tacaño con su hija, porque su hija necesitaba de él. Además, de alguna manera, quería recuperar el amor de Marlén, algo que solo iba a pasar en sus sueños. Ahora es ella quien se burlaba de él y a Enrique se le apagó la risa.