Revolcón del Barrio
- sábado 29 de marzo de 2014 - 12:00 AM
Arnoldo ganaba buen chenchén en un proyecto de construcción, lo que aprovechó su mujer, Laya, para exigirle que le pusiera una asistente doméstica. Cocinar y limpiar me hace daño para mi alergia y comer en la noche me pone peor, necesito una señora que tenga la comida lista y la casa limpia apenas llego del trabajo, exigía ella y se portó como una leona en la intimidad hasta lograr que Arnoldo diera el sí para la contratación de la empleada. Laya entrevistó a varias, pero las que aceptaban quedarse a dormir para dejar todo fregado pedían un billetito grueso, por lo que tuvo que aceptar a Genoveva, que sí aceptó las condiciones y el salario mínimo.
El primer encontrón lo tuvieron el primer día, cuando Genoveva llegó con su ropita barata que no escondía sus pocotonzones al frente, en el centro y atrás. ‘Tiene que ponerse uniforme’, le ordenó y le dio uno que parecía una bata gigantesca. Esa misma noche notó a Arnoldo frío. Lo tocó y comprobó que su marido parecía dispuesto a usar la cama solo para dormir. ‘¿Y esa vaina que hoy no quieres?’, le preguntó, pero el hombre ya estaba dormido. A la semana de repetirse la situación le pidió a Genoveva que no se quedara a dormir. ‘Yo misma friego o mi marido lo hace’, dijo y la otra aceptó. La ausencia nocturna de la mujer le devolvió el ímpetu a Arnoldo, que esa misma noche arrecochinó a su mujer mientras esta fregaba. ‘Bellaco, me has sacado el juguito, te has cobrado todos estos días en que me tenías abandonada’, decía Laya feliz. La felicidad le duró hasta el día siguiente, cuando le avisaron que Arnoldo se había accidentado en el trabajo. ‘Nada de gravedad’, le dijeron, solo que se fracturó las piernas por no usar el equipo de protección.
Eran las ocho en punto cuando llegó Genoveva a su trabajo y se encontró con la sorpresa de que el señor Arnoldo estaba en casa, con las piernas enyesadas. ‘Le dejó dicho mi mujer que lave bien el baño’, le dijo él. ‘Pero si lo lavé ayer’, se defendió ella. ‘Órdenes son órdenes’, la patrona es mi mujer, siguió Arnoldo. ‘No hay problema, señor Arnoldo, yo necesito el trabajo, así que voy a lavarlo enseguida’, afirmó Genoveva y se metió al baño. Estaba afanada tratando de sacar la mugre invisible cuando sintió una dureza conocida en su parte más imponente. Se volteó y le metió un trompón al liso y este le agarró las manos intentando inmovilizarla. Lucharon unos segundos. Arnoldo intentaba doblegarla con la diestra y con la otra trataba de quitarle la ropa íntima. En el forcejeo perdió las muletas y con ellas Genoveva lo golpeó en la parte masculina más vulnerable. Luego salió de la casa y llamó a Laya, que vino pronto, pero no creyó la versión de la asistente doméstica, sino la que le dijo el marido: ‘Estaba bañándome y se metió aquí y me rogó que le quitara las ganas, como me negué cogió las muletas y me pegó’, dijo Arnoldo justo cuando su mujer reparó en que podía caminar muy bien sin la ayuda de estas, por lo que sospechó que lo de las piernas fracturadas era puro cuento.