¡Reincidente!
- martes 26 de abril de 2016 - 12:00 AM
Cuando mi esposa descubrió mi infidelidad se tomó un preparado de no sé qué, y la hospitalizaron. Cuando la familia de ella escuchaba el cuento de los porqués de tan ingrata decisión, contado a la manera de mi mujer, todos me miraban a mí como un potencial asesino y me cayeron en pandilla hasta obligarme a pedirle perdón de rodillas, lo que yo hice de mala voluntad porque en el fondo sabía que nadie puede amar a dos personas al mismo tiempo y que el o la que quema es porque ya no quiere a su pareja. Y sabía, además, que todo intento de reconciliación entre nosotros sería un esfuerzo vano, porque es una gran mentira creer que si yo dejé de querer a alguien ese amor renacerá si nos damos una segunda oportunidad, en este sentido estaba clarito, el sentimiento entre hombre y mujer no resucita ni crece tras un queme, risa me da cuando escucho decir, sobre todo de boca femenina, ‘ay, ahora cómo me ama, tú lo vieras, es puro amor conmigo, ahora somos como novios eternos'; digo que me da risa porque de seguro el tipo ese, el que la quemó, se acuesta con ella y lo hace con ella, pero pensando en la otra que dejó.
Cuando mi esposa ‘mejoró' y regresamos a nuestra vida normal, empezó mi calvario. Antes de que yo saliera para mi trabajo, me gritaba: Cuidado con una vaina, Valerio, recuerda que tú estás en período probatorio y que yo te perdoné solo porque me prometiste que nunca más volverías a quemarme, blablablá'.
Los vecinos sabían de la presión y del discurso diarios de mi mujer, y hasta se burlaban; los familiares de ella, que al principio me trataron duro, le aconsejaron que bajara la revolución, que el perdón debía ser de corazón y que con esa retahíla diaria podría crearme un morbo peligroso que me tentara a darle candela de nuevo, pero mi esposa les gritaba iracunda ‘no se metan en lo que no les importa, yo sé cómo trato mis problemas, y se lo digo las 24 horas de los siete días para que no caiga en reincidente, eso es lo que quiero evitar'; y los mandaba para el carajo, solo mientras ella dormía descansaba yo de la cantaleta.
El reloj era uno de mis enemigos, si llegaba un poquito antes o un poquito después, aunque fueran minutos, me reclamaba y acosaba a preguntas en tono altanero recordándome a gritos sobre mi tiempo probatorio, y finalizaba su perorata ‘cuidado y caes en reincidente, Valerio, una más no te pienso perdonar, así que más te vale que camines derechito, que yo no soy como tu mamá y tus tías que perdonan los cachos y se quedan calladitas, será que les gusta que las quemen'.
Solo le toleré cinco veces que mencionara en son de burla a mi madre y a mis tías en sus reclamos, porque la sexta ocasión que me vino con el recorderis de las infidelidades de mi padrastro, situación que yo sufrí en carne propia, porque mi progenitora se ponía histérica y nos regañaba todo el día cuando el hombre se le perdía, la paré con una sacudida y le pellizqué las mejillas gritándole ‘la próxima vez que me recuerdes la vaina del queme te voy a tirar abajo ese pelo pinta'o, y si vuelves a mencionar a mi mamá o a mis tías me voy de la casa y te juro que no vuelvo nunca más'.
Parece que ella vio decisión en mí y se estuvo callada dos días, pero explotó una tarde que por el bendito tranque me atrasé casi una hora. Cuando llegué, ella me esperaba, violenta, en la parte de afuera. Me abofeteó y soltó un regaño ofensivo llamando bruta a mi madre por tolerar la infidelidad y otros detalles que me violentaron. Saqué la mano y le di con tanta saña que los vecinos me la quitaron. Ahora estoy guardado por un tiempo, pero me hace feliz la idea de que cuando salga ya no tendré que verla y menos oírla.
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7-24: Cuidado con un resbalón, tú prometiste fidelidad eterna.
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Jodedera: ¡Llegas tarde tres minutos!, ¿qué pasó?