Los quince de mi hija

‘Estás bien loca si crees que este que está aquí, René Ricardo Ríos Rivas, va a pedir un préstamo para celebrarle los quince años a tu h...
  • miércoles 11 de abril de 2012 - 12:00 AM

‘Estás bien loca si crees que este que está aquí, René Ricardo Ríos Rivas, va a pedir un préstamo para celebrarle los quince años a tu hija’, le gritó furioso René a su mujer, Carmelina, quien le suplicaba apoyo económico para hacerle una bullita a su primogénita, que no era hija de su actual marido, y que pronto cumpliría la edad primaveral.

En ese momento pasaron por su mente todas las advertencias de su madre cuando ella, casi quince años atrás, como toda mujer muy enamorada, que según el refrán es peor que una mula en bajada, le comentaba a media humanidad que ‘René adora a la bebi, la quiere como si fuera hija de su sangre, hasta la va a reconocer’.

Pero el tiempo, que va poniendo a cada cosa y a cada quien en su lugar, le demostró que habló pendejadas, porque a los tres días de unida con René, este cambió totalmente con la bebé, todo lo de ella le molestaba, dejó de cargarla y pasaron los días y los años y jamás la inscribió como hija suya.

Eran tantos los desprecios y los malos ratos que él había hecho pasar a la niña, que ahora ella quería, por todos los medios, recompensarla por el daño sufrido y, en lugar de dejarlo, pensaba que con hacerle una pachanga por sus quince años habría borrón y cuenta nueva.

A escasos dos meses del cumpleaños de su hija tomó la irrevocable decisión de hacerle una fiesta que diera que hablar, así tuviera que cruzar el Tuira nadando.

Y empezó las actividades, desde las clásicas rifas, ventas de comida y bingos, pero pronto vio que eso no sería suficiente.

La comadre mencionó discretamente otra posibilidad, don Monchi, el único con el recurso verde y con coraje para enfrentarse a René. ‘Él hasta tiene pistola’, concluyó la comadre para convencerla.

Esa misma tarde Carmelina lo llamó a su casa, porque él no usaba celular. Tras una breve explicación para solicitarle el préstamo, el viejo anunció: ‘Véngase a la casa, que esa cantidad es fuerte y el motivo también. Hay que tratarlo en privado’.

‘Todo sea por hacerle la fiesta de quince años a mi hija’, repetía Carmelina mientras caminaba hacia la casa del don, quien la recibió amable, pero no demoró en especificar las posibles formas de pago.

‘La plata es bonita, pero más si es dando y recibiendo’, señaló Carmelina cuando aquel le entregó la fuerte suma, y fue quitándose todo lo que llevaba puesto, feliz porque ya tenía segura la pachanga de su hija.

Y salió de allí más tarde, con la plata en la cartera y convencida de que no es el paquete masculino el que determina la satisfacción de una mujer en la intimidad. ‘Es una herramienta, pero no la única’, pensó sentada en el taxi de regreso al hogar, donde René la esperaba disgustado porque habían cortado la luz. ‘Gracias a tu cabrona fiesta no pagaste el recibo’, le gritó.

Comenzaron una discusión acalorada, pues él reclamaba el dinero de las actividades extra que ella estaba haciendo. ‘¿Dónde está esa plata?’, preguntaba colérico y le agarró la cartera para revisársela. Nada pudo hacer Carmelina para impedir que encontrara y tomara el dinero que recién le había dado don Monchi.

Aunque lloró toda la noche por la fiesta perdida pudo idear y ejecutar un plan de venganza.

A la mañana siguiente, René recibió la visita de unos policías, quienes lo llevaron a un juzgado de turno, donde no pudo explicar la procedencia del dineral que llevaba consigo. Tuvo que devolvérselo a su mujer, quien junto al vétero Monchi, reveló ante las autoridades cómo consiguió esa plata.

‘No vuelvas a la casa ni a recoger tu ropa’, le gritó René a Carmelina, quien no respondió.

‘No se preocupe por esa vaina, René, que yo le compraré nueva y cara’, le dijo don Monchi con voz intimidatoria, como en sus mejores años de policía.