Pura burla

La Palabra lo dice clarito: ‘Dichoso aquel que en el banco de los burlones jamás se sienta'
  • jueves 11 de agosto de 2016 - 12:00 AM

La Palabra lo dice clarito: ‘Dichoso aquel que en el banco de los burlones jamás se sienta'. Nicomedes se ponía nervioso cuando se acercaba la quincena, estaba harto de esos días previos al pago, no tenía ni para el transporte, menos para almorzar, le tocaba recurrir a la mentira y decir frente a los que sí llevaban su comida que la de él se había quedado muerta de la risa en la casa. ‘Todos los días se me olvida mi cabrón almuerzo, voy a adelgazar más', pregonaba para que alguien se apiadara y compartiera. Fue la misma necesidad de dinero la causa de su perdición; andaba tan urgido de plata que dijo ‘soy capaz hasta de tirarme a un ñaño con tal de conseguir chenchén'. El comentario corrió vía oral y chat hasta llegar a oídos de la jefa de recursos humanos, quien días antes había enviado una circular que prohibía toda ofensa a ese grupo, ‘ni insinuaciones ni burlas ni comentarios mordaces, respeto ante todo, todos somos hijos de Dios', decía la nota que olvidó Nicomedes, a quien muchos lo reprendieron por hablar groseramente, pero él reafirmó ‘lo dije y lo sostengo, la necesidad tiene cara de c…'. Algunos le dijeron que no se afanara, que ya el décimo venía bajando a mil, pero él replicó que ese ya no existía para él, ya estaba gastado y doblemente comprometido. ‘Las mujeres te van a volver loco, deja a una, quédate con la que lo hace más sabroso, con la que cocina mejor y con la que gana más, mira cómo te tienen, hasta pareces un gancho', le aconsejaron, pero esa opción no estaba en la mente de Nicomedes, quien juraba que no concebía la vida saboreando una sola cuca. ‘Sería como mandarme a matar vivo', comentaba en un juego de palabras que muchos no entendían.

Al mediodía, de una mesa rosa le llovieron invitaciones para almorzar, pero cuando le halaron la silla para que se sentara, le hizo una señita la jefa de recursos humanos. Se lo llevó para la oficina y de allá regresó Nicomedes media hora después, con un apetito de elefante y diciendo ‘tengo tanta hambre que soy capaz de comerme un buey entero'. Muchos le rieron la cantinflada, otros lo reprobaron con la mirada y quisieron avisarle que el ‘buey' estaba detrás de él. Los de la mesa bajita de sal lo llamaron otra vez, y él caminó sin mirar hacia atrás, feliz porque pronto silenciaría el ruido de su estómago. ‘Ven que te guardamos un poquito', le decían y cada uno le sacaba una porción de comida. Para ganar gracia con ellos, dijo a bocajarro: ‘Saben que una vez fui a un seminario que dictaba ya ustedes saben quién, esa misma, y adivinen qué descubrí…'. Los otros lo apremiaron a que lo dijera, y Nicomedes soltó a todo pulmón ‘que esa guial usa c… falso, de esos de almohadillas, pillen que ese día, cuando iba al tablero a explicarnos pendejadas, mientras escribía se le subía un cachete y el otro se le bajaba, todos nos dimos cuenta de su trasero de mentira, de puro polifón, jajajajá'.

La jefa, que era una psicóloga graduada con honores y con una lista interminable de estudios para dominar la mente, no pudo controlarse y lo jamaqueó con tanta fuerza que lo hizo perder el equilibrio; al piso fue a dar Nicomedes con todos sus huesos y su hambre vieja. No pudo levantarse, porque la andanada de patadas que le regaló la encargada de los recursos humanos fue grande. Nadie, temeroso todo el mundo de perder el trabajo, se atrevió a defenderlo, tuvieron que venir los seguridad y rescatarlo. Pero no hubo fuerza humana para salvarlo del despido inmediato y sin derecho a los beneficios reglamentarios. Ahora no tiene ni para ir a poner la denuncia del caso y menos para visitar a su segundo frente. Ve pa'lante que yo no me tiro a desempleados', le chateó la querida, y la de la casa se lo niega con la excusa ‘hombre que no suma no come'.

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Cuentero: Otra vez se me quedó mi almuerzo.

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Elección: Deja una, quédate con la del mejor meneo.

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