Yo no voy para abajo

Yo hablé claro, tú fuiste el que malinterpretaste todo, dije que no voy para abajo, que voy para arriba
  • sábado 06 de diciembre de 2014 - 12:00 AM

Cuando Aminta supo que su marido Jacinto había embarazado a otra, le dijo ‘hasta aquí, lárgate antes de que te haga lo que te advertí’. Y Jacinto se largó a millón, temeroso de salir ‘incompleto’.

Los pecadores de la empresa donde laboraba Aminta se alegraron cuando lo supieron, y a muchos se les hizo agua la boca pensando que ahora sí se los soltaría. Contrario a lo que los cachondos creían, esta venía ‘selectiva’ y ninguneó a varios, Lucho fue el primero: ‘Mi marido tenía dos camiones, por eso no me voy a meter ahora con uno que ande como la garrapata’.

Tras el fracaso de Lucho, otros lo intentaron, también sin éxito, pero pronto olvidaron sus malas intenciones y se consolaron con otras menos exigentes; solo el primer ninguneado seguía pensando en levantársela y le mandaba recaditos o la llamaba sin recibir respuesta; estuvo así hasta que la suerte le soltó una carcajada y se ganó un Gordito con el que pudo comprarse el carrito. ‘Un polvo caro este con Aminta’, dijo Lucho cuando llegó con la nave nueva. Sus compañeros lo recibieron con la nueva de que Aminta ya no era de este mundo. ‘Hace una semana que guardó los pantalones matahombres y los suéteres vendetetas, ahora usa faldas largas y blusas de manga, dice que ya se entregó al Señor, así que no la jodas porque puedes quedar enemistado con ella’, le dijeron al asombrado Lucho, que por andar en los trámites del carro se había perdido unos días del trabajo. Fue a buscarla enseguida y, efectivamente, Aminta era otra. ¿Cómo está, hermano?, le dijo con voz pausada y fingida. ¿Qué hermano de dónde?, yo ni soy ni quiero ser tu hermano, yo quiero ser tu marido, tu hombre, tú sabes cuántos meses llevo soñando con tu cuerpo, gritaba apasionado él, pero Aminta se detuvo furiosa y le soltó un rosario de razones por las que lo llamaba de esa manera, y luego le pidió que no ofendiera más sus oídos con esas proposiciones mundanas. ‘Ya yo no soy de este mundo’, recalcó la mujer, lo que enfureció al hombre del carro nuevo, a quien en un segundo se le revolvieron todas las noches de desvelo deseando a Aminta. ‘No te alcanzaría la arena del mar para contar cuántas veces lo he hecho con otras, pero pensando en ti’, le dijo casi desesperado, pero la nueva caminante se disgustó por ‘la lisura y por hablar de esas ‘cosas’ y lo amenazó con acusarlo de estar acosándola con sinvergüencerías de la gente perdida, etc. Lucho se sintió burlado, humillado y con más ganas que nunca, y para canalizar la ira le gritó hipócrita, bien que te gusta coger, ahora vienes con esos cuentos, no que querías uno con carro, bueno, aquí está el carro, no puedes salirme con esa historia, Aminta, y la sacudió con tanta fuerza que ella se defendió diciéndole que:

Yo hablé claro, tú fuiste el que malinterpretaste todo, dije que no voy para abajo, que voy para arriba, hermano, allá usted que quiere ir a quemarse en el infierno por andar haciendo esas cochinadas.

El despreciado no soportó más y le dio un pescozón brevísimo y débil que no le hubiera hecho daño ni a una hormiga, pero Aminta le dijo al jefe que Lucho la había golpeado inmisericordemente. Y este, aunque no le veía los golpes por ningún lado, despidió a Lucho, al que ya le tenía el ojo puesto.