Panameño, panameño…

A melia era la única de las 35 primas, todas con el sello de las panameñísimas: mucho frente, sobrepeso en la parte trasera y ni mencion...
  • domingo 03 de noviembre de 2013 - 12:00 AM

A melia era la única de las 35 primas, todas con el sello de las panameñísimas: mucho frente, sobrepeso en la parte trasera y ni mencionar, para no ruborizar a algunas, la carga central, que no había probado el sabor nacional. Por eso traía como objetivo primordial en estas vacaciones enredarse con uno nacido y criado aquí, en este país donde es posible mirar en una esquina a un cantonés, en la otra a un chipriota, más allá a un bengalí, más acá a un ugandés y por todas partes el montón de hermanos de países del área.

Al primero que le puso el ojo fue a Jerry, pero lo cortó enseguida, porque él dijo que no le gustaban las carimañolas. ‘¡No es panameño ese cabrón!’, le dijo Amelia a sus primas, quienes la ayudaban presentándole machos machotes canaleros para que no se regresara al norte sin probar a los que sí saben hacerlo. En una fiesta improvisada conoció a Beto, quien tenía lo suyo, aparte de que bailaba como un profesional cualquier ritmo caribeño, pero no pasó la prueba porque cuando pusieron el pindín caliente de Samy y de Sandra torció los ojos como una damita y dijo que no tenía idea cómo se bailaba eso. La suerte pareció sonreírle cuando se encontró con Paredes, un amigo y noviecillo del bachillerato. Salieron tres veces, pero dejaron de verse porque la mujer de este los pilló comiendo helados en un centro comercial y amenazó con mandarlos a fusilar para que nunca más volvieran a disfrutar las fiestas patrias.

Fue el mismo día en que se cumplían 110 años de la Separación de Panamá de Colombia que Amelia conoció a Panchito, quien había venido del interior a ver el desfile capitalino. ‘Ta caliente ese solazo’, dijo él por decir algo. ‘Nunca he sabido que el sol esté frío’, le contestó Amelia y los dos se rieron a carcajadas. ‘¿Come raspao?’, le preguntó él para halagarla. Antes de que ella contestara ya el interiorano le había pedido uno. Siguieron mirando el desfile durante otro rato hasta que pasó un borracho vendiendo banderas. ‘Deme dos’, pidió Panchito y le dio una a ella diciéndole: ‘Salude a la Patria’. El gesto del campesino bastó para que Amelia supiera que ese era el hombre. ‘Quizás hasta me lo pueda llevar y allá digo que es mi primo’, pensaba ella cuando pasó un reportero preguntando cuantos años cumplía Panamá y qué se celebraba en esta fecha.

‘110 años de habernos separado de Colombia’, dijo el de más allá del puente y a Amelia le pareció que sabía bastante de historia patria y tenía maneras de hombre de palabra. ‘¿Eres casado?’, le preguntó para ir entrando en ambiente. No, pero ando buscando, fue la respuesta de aquel y en ese momento le pasó un brazo por la cintura, Amelia acogió la caricia y se quedó allí, pegadita al cholo, pensando en lo que les esperaba.

Así estaban, disfrutándose, cuando sintieron un jalón y oyeron una retahíla de insultos. ‘¿Qué diablos pasa aquí, quién es esta mujer? Panchito, dime la verdad’, dijo una desconocida y Amelia solo sintió que se iba el calor de su cintura. Pudo ver al panameño mentiroso escabullirse seguido de la recién llegada que gritaba insultos y trataba de alcanzar al marido que rápidamente se perdió entre la multitud. ‘¿Querías un panameño?, bueno así son los hombres nacidos en esta bella tierra: ardientes, enamoradores, patrióticos y ¡mentirosos!’, le dijeron sus 34 primas cuando las reunió para decirles que había estado a un tris de ‘probar el mejengue panameño’.