Yo pago bien
- martes 08 de mayo de 2018 - 12:00 AM
Gustavo fue malhablado desde el vientre, donde oía a cada rato la retahíla de palabras y frases obscenas que eran huéspedes diarios de la boca de quienes lo procrearon.
Ya adulto y en el caminar de la vida, eran muchas las que aseguraban que habían caído en sus brazos por pura necesidad, porque pagaba bien y no regateaba.
Era muy querido por sus compañeros, porque en las crisis financieras siempre les tiraba la toalla y cuando pinteaban, ahí estaba Gustavo con su aporte sustancioso.
‘Dios manda allá y la plata acá', decía siempre, y aunque a muchos les caía mal la expresión, no dejaban de quererlo ni de incluirlo entre sus amigos, a quienes jamás les contaba de sus aventuras de cama con las compañeras de trabajo. Cuando se jubiló Indalecia, muchos sintieron su partida, especialmente Gustavo, quien la veía con ojos de pariente y ambos se tenían mucha confianza y consideración. ‘Te echaré mucho de menos', le dijo compungido Gustavo, pero la doñita le aseguró con firmeza que no se preocupara, que ya el reemplazo de ella estaba listo y que de seguro con la otra también se llevaría bien. ‘Solo cambia esa manera de hablar y sácate de la boca las palabras feas'.
Al día siguiente llegó el reemplazo: Iyanith, joven, con curvas de infarto y protuberancias de las que enloquecen al panameño. Pronto se supo que era viuda de tres maridos vivos y ajenos, quienes ya ni la recordaban, por lo que no le enviaban ninguna ayudita para los hijos que engendraron en los buenos tiempos. Al atardecer, ya se sabía que la abundante Iyanith andaba contando los centavos, por lo que las compañeras le sugirieron que le tirara el gancho a Gustavo, quien no le negó el prestamito que la mujer le pidió.
‘Apenas me paguen le pago', le dijo ella, pero pasó una quincena, y no le pagó ni medio centavo; vino la segunda, y nada. La tercera y la cuarta pasaron también con una sonrisa y un saludo efusivo, pero de los centavos del préstamo Iyanith no parecía acordarse. Mientras, Gustavo controlaba las ganas de cobrarle, pero la verdad era que no se atrevía. Fue la misma necesidad de quien no sabe manejar sus finanzas lo que le refrescó la memoria a Iyanith, quien se acercó a Gustavo para decirle: ‘Ay, compañero, sé que te debo, pero yo tenía una montaña de deudas y apenas la estoy bajando poco a poco, qué tal si me prestas mil dólares, te descuentas lo que te debo, yo pago lo que adeudo por allá y quedo con una sola cuenta, te abonaré por quincena y blablablá'.
Redondito cayó Gustavo, y accedió a darle el dinero; quedó en espera de la quincena, la que llegó sin ninguna noticia para él. Pero esta vez no esperó, se fue directo a la oficina de Iyanith y le preguntó por el abono. ‘Ay, Gustavo lindo, esta no tengo nada para ti, pero la otra sí, te lo prometo', le dijo ella mientras se sobaba el pezón izquierdo.
‘Y qué, ¿te pica la teta', le preguntó él. Y quedó enredado de nuevo, Iyanith le habló de un arreglo de pago sin dinero. ‘Yo pongo el placer y tú vas restando', le dijo con descaro, y Gustavo aceptó. Esa misma tarde entró en vigencia el convenio, pero allá, él se antojó de que quería incursionar por las dos vías, lo que enfureció a Iyanith, que gritó: Déjate de abusos, es una cosa o la otra, las dos no'.
‘Yo no soy mediocre con el pago, yo pago bien', advirtió Gustavo. Y la bella le devolvió la respuesta con una bofetada que él no pudo sufrir y la atacó también. Lo acusó ella de maltrato físico y la ley le impuso a Gustavo pagarle una indemnización que resultó superior al préstamo. Por goloso perdió la plata y el trabajo, del que lo despidieron cuando se supo que le había levantado la mano a Iyanith, que quedó reída porque se liberaba de esa deuda y de tener que pagarle con su cuerpo.