Obrero bellaco

‘Hoy me duelen las caderas, así que hoy no puedo; me duele el estómago, así que no puedo; siento un hormigueo en el ombligo
  • miércoles 15 de julio de 2015 - 12:00 AM

‘Hoy me duelen las caderas, así que hoy no puedo; me duele el estómago, así que no puedo; siento un hormigueo en el ombligo, así que hoy no puedo', eran las excusas diarias de Rita para no ‘cumplirle' al marido, Rigoberto, que se fajaba duro en las construcciones para tenerle casi de todo sin que ella necesitara salir a trabajar. El hombre estaba al borde de una crisis de nervios por las ganas insatisfechas, pues, al mes, si acaso dos veces su mujer se lo daba, siempre por causa de los achaques de salud; el sinsabor le provocaba mucha rabia al principio, pero se la aguantaba calladito, como los machos, nadie en el trabajo sospechaba siquiera que en su casa Rigoberto estaba lejos de la paila. Un día amaneció desvelado porque eran tantas las ganas que ni las manos pudieron consolarlo, y se le ocurrió contarles a los compañeros, quienes suspendieron las faenas del pico y la pala para realizar una junta en la que lo orientaron; unos, los que nunca han leído un buen libro, le dijeron que le pegara tres planazos a Rita o que la amenazara con eliminarla a ella y al amante; pero los más sensatos y que de vez en cuando leen buena literatura le sugirieron que la llevara a un buen médico, eso sí, a una clínica, porque en el Cajetón los galenos ni les ponen atención a los pacientes, todos andan corriendo para irse a su negocio; otro le habló de un naturista, que ese desgano de Rita podía deberse a la alta ingesta de carne y de cuanta porquería se come la mujer que está de holgazana en la casa, etc.

Un mes estuvo Rigoberto de clínica en clínica con su mujer, pero esta no le daba ni a oler, por lo que decidió llevarla donde un naturista que le sobó los pechos y las piernas en busca de no sé qué punto del cuerpo femenino que a veces se enfría y provoca desgano y pereza sexual. El manoseo no le gustó a Rigoberto y la llevó al Seguro, convencido de que allí, por fuerza, tenían que curársela porque él llevaba muchos años pagando una buena tajada por ese servicio que nunca utilizaba. Entraron juntos al consultorio y ambos dijeron: ‘Buenos días, doctor', pero el veterano galeno ni les contestó ni levantó la vista del celular. ‘¿Bueno, qué es lo que tienes?', le preguntó dos minutos después cuando ellos se mantenían parados y silenciosos porque el ‘rey del saber nada' ni siquiera los había mandado a sentarse. Rigoberto soltó una perorata de los males de su mujer y el don, sin dejar el celular, preguntó y ‘¿qué más?'.

‘Eso es puro estrés', sentenció el galeno cuando ya Rigoberto tenía los gemelos hinchados de rabia. ‘¿Qué estrés de la verg…?, eso es todo lo que ustedes saben decir para esconder su ignorancia, si no es estrés es un virus, a mí no me vengas con esa historia porque yo soy jodido', gritaba Rigoberto mientras el galeno tecleaba un nuevo chat. No pudo más con la ira y lo sacudió gritándole: ‘Yo pago seguro para que te paguen a ti, para que tú me atiendas, cabrón'.

‘Dale huevo', entonces, dijo el médico medio nervioso, pero Rigoberto ya había perdido el control y le arrebató el celular que luego estrelló contra el piso. ‘Tú habrás comido mucho libro, pero de mí no te vas a burlar', gritaba iracundo e indiferente a los gritos de Rita, que salió del consultorio a pedir ayuda. ‘Mi marido está matando al doctor', decía y se armó la debacle, al galeno y a la paciente se les subió la presión y el azúcar, ambos fueron atendidos de urgencia y a Rigoberto se lo llevaron detenido, aunque no duró mucho allá porque su gente roja lo sacó casi enseguida y el galeno, que sabía que su atención era de porquería, no lo acusó. El susto pareció curar a Rita porque ya no sufre de nada y ahora se la pasan tiro y tiro.

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Excusas: Hoy no puedo, me duelen las caderas, los dedos y codos.

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Inepto: Eso es un virus o es puro estrés.

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