Nacido en luna nueva
- miércoles 08 de febrero de 2017 - 12:00 AM
A Benigno se le fue la lengua cuando le dio a su mujer, Mayté, el abrazo de Año Nuevo. En lugar de limitarse a la caricia, se desató enumerando una lista de promesas que auguraban demasiada felicidad conyugal. La número uno fue que no volvería a tomar ni un traguito más. ‘Año nuevo, hombre nuevo', dijo en esa ocasión y lanzó al aire una lata de cerveza recién abierta. Mayté vio caer el líquido, y como toda mujer enamorada se creyó el cuento del cambio, y se le pegó a su marido para decirle ‘no sabes cuánto deseo que cumplas esa promesa, porque eso es lo que te daña, y que te quede clarito que la próxima vez que me pegues te voy a dejar y no vuelvo jamás'. Benigno era un borrachón de aquellos a los que el guaro les saca las ganas, y como aún no ha nacido la mujer que le guste hacerlo con un borracho, ella se lo negaba y, entonces, él, con golpes y palabras soeces, la sometía al odiado sexo obligado.
La madre del pegador decía en su defensa cuando Mayté iba a ponerle la queja por la golpiza recibida de manos de Benigno: ‘Es que él nació en novilunio y por eso tiene ese carácter violento, no le hagas caso, además, su papá me preñó estando borracho'.
Los cuentos escuchados en una chupata le hicieron creer a Benigno que el engendrado por un borracho era más propenso a quedarse sin batería estando aún joven.
Había vivido siempre con ese miedo y por eso todo lo suyo era con su esposa, pues algunas lenguas contaban que al infiel tempranito se le cae. ‘Eso es lo mismo que un carro o que otra máquina, si varios lo manipulan, se deteriora a paso de conga', aseguraban, por lo que Benigno prefería ser precavido y decidió que solo una usaría su equipo.
Una charla oída por casualidad orientaba sobre los peligros del guaro, cuando se toma en exceso, para la salud del ‘amigo', por lo que se asustó y decidió dejarlo por completo, sobre todo ahora que ya caminaba con paso firme por la edad temida.
Podía decirse que casi era un hombre feliz, llevaba rato en la década de las angustias y el aparato seguía tan roncón como cuando recién se casó, además sentía que amaba con locura a su mujer, por lo que un nuevo miedo surgió, que ella se enamorara de otro y lo dejara.
Con ese temor vivía y eso le daba fuerza de voluntad para no pegarle a su mujer, que no pudo evitar que la pasión por su marido se perdiera en los muchos años de batalla. Esa carencia la hacía ver como una penitencia cada vez que Benigno pedía. ‘No jodas, no quiero, no me gusta, me da asco', le dijo ella una noche.
La negativa lo derrumbó, negárselo ahora que él a diario lo bañaba con agua serenada mientras le decía con cariño ni un paso atrás, tal como había leído en un librito comprado en un bus. ‘Ya te dije que no quiero', aseguró Mayté y se fue a dormir a la sala, allá la alcanzó Benigno temblando de rabia y mostrando su equipo.
Sacudiendo inmisericordemente el miembro, gritaba: ‘Mira, mami, míralo y tócalo, tan firme como cuando lo hicimos la primera vez, detrás de la letrina de tu abuela'. ‘Bésalo, mami', agregó y se lo puso muy cerca de la cara. Mayté reaccionó como si la hubieran ofendido en lo más profundo. ‘¡¡¡¡Quita esa porquería de aquí!!!!', gritó con todas sus fuerzas.
La expresión hirió demasiado a Benigno. Todo estaba dispuesto a aceptar, menos que llamaran así a esa parte tan querida de su cuerpo. Y renació con violencia su rasgo de nacido en luna nueva. La razón se le perdió y sacó la mano una vez más. Tuvieron que intervenir los vecinos y llevar a Mayté al hospital, de donde regresó a su casa acompañada de varios policías solo a recoger sus pertenencias.