Mío, mío

Este andar de nido en nido le alteraba tanto las finanzas que llevaba a su casa mucho menos de lo debido
  • lunes 15 de junio de 2015 - 12:00 AM

A muchos les cuesta entender la sabiduría del refrán ‘Cada loro en su nido', y a otro boncha'o le es muy difícil aplicarlo a su diario vivir, tal como hacía Jaime, quien siguió con su desorden luego de que se casó con Zobeida. Este andar de nido en nido le alteraba tanto las finanzas que llevaba a su casa mucho menos de lo debido. La carencia de alimentos motivó a su hermosa mujer a agenciarse unos realitos para la comida, por lo que compró maíz y preparó empanadas; con estas en un platón, recorrió el vecindario. ‘Empanadas frescas, a precio de feria', gritaba y tuvo éxito de inmediato porque don Pacho, el vétero solitario del barrio, se las compró toditas y le hizo un pedido nuevo.

‘Tráigame cien para pasado mañana', le dijo el viejo y al acercársele, Zobeida pudo percibir su perfume. ‘Está viejo, pero huele bien, mejor que los que aún se creen jóvenes', pensó la comerciante de maíz y así se lo comentó a una vecina, que esperó a que Jaime regresara del trabajo para llamarlo y, según ella, prevenirlo.

‘Tu mujer le anda coqueteando al vejete de la camioneta, parece que ya se cansó de tu quemadera y quiere probar sabor rancio', le dijo la deslenguada, por lo que Jaime, que le gustaba quemar, pero no soportaba ni siquiera la idea de que su mujer lo quemara, llegó a su hogar y agarró a Zobeida por la melena y le dio su paseíto por la lavandería mientras la insultaba y le advertía que algo peor le haría si la descubría comiéndose al don.

‘Te voy a meter en la lavadora y la voy a poner a funcionar, zorra, es que no te basta con lo que te doy', gritaba Jaime descompuesto y sonó tres veces la cabeza de ella contra la máquina de lavar. Fue una sola patadita la que Zobeida le puso en los testículos, pero aquel se embruteció y tuvieron varios vecinos que arrebatársela antes de que le pusiera fin a su vida; entre los socorristas estaba don Pacho, quien le puso casa y billete al día apenas ella salió del hospital. Fue ese el remedio para que Jaime dejara sus andanzas, pero la suculenta Zobeida no quiso volver con él.

La negativa de la mujer lo alteró tanto que a diario iba a la casa de su ex a insultar al nuevo marido. Dejó de joderlo cuando el viejo llamó a la Policía. Lo guardaron por varios días y cuando salió no volvió a molestarla, pero se emborrachaba a diario y la gente empezó a decir que desde antes de la separación ya bateaba para el otro lado; el rumor cogió fuerza cuando se supo que Zobeida estaba embarazada.

La noticia lo fulminó y llegó otra vez a la vereda, tambaleante y con la voz gangosa, pidiendo un ADN y gritando: ‘Ese abuelo no preña, el hijo es mío, mío, mío'. Esta vez no salió el nuevo marido de su ex, salieron dos hombrones a defender el honor del padre.

Un manotazo de cada uno bastó para callar al bocón, a quien los vecinos misericordiosos levantaron y llevaron a un hospital, donde lo dejaron internado por petición de la mamá, a quien pronto llamaron para avisarle que el hijo se había agravado.

Pasó varios días sin dar ninguna señal de conciencia hasta que con un hilo de voz pidió como un favor de moribundo que trajeran a Zobeida. Y con voz pausada le preguntó: ‘¿Ese bebé es mío, mío, verdad?'. La bella respondió con voz segura: ‘No, no, es de don Pacho y mío, tú nunca me preñaste porque jamás lograste que yo tuviera un orgasmo, el viejo sí me saca hasta tres'. Y se fue caminando con la tranquilidad de las que tienen olla y placer seguros y solo para ellas.

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  • Incapaz: Tú nunca lo lograste, el vétero sí me saca varios
  • Refrán: Cada loro en su estaca

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