Meneíto rico
- sábado 19 de agosto de 2017 - 12:00 AM
Alcides había estado varias veces con ella, otras la había violado con tanta lujuria que Cantalicia dio gritos de puro gusto, pero todos estos hechos libidinosos solo habían pasado en la mente de él, quien estaba así de alebrestado desde el Año Nuevo, cuando se tomó unos tragos con el vecino Corona, y hablaron de varios temas inocentes hasta que, animado por el licor, Alcides bajó mucho la voz para preguntarle a Corona si él había quemado alguna vez a su mujer. El hombre también disminuyó su volumen para contarle que sí, que muchas veces, pero que siempre había sido con la misma persona. ‘Ella exige condón', le dijo aquel a Alcides, que quedó preocupado porque era él de esos que no aceptaban ponerle el plástico al animalito con la excusa medieval de que el cartuchito le bajaba la sensibilidad. ‘Pero, ¿usted nunca se ha puesto un condón?', le preguntó Corona y le habló de la importancia y obligación de usar esto, aclarándole también que es puro cuento que se siente menos. ‘Yo lo uso hasta con mi esposa, porque uno no sabe qué hace ella cuando sale de la casa', dijo Corona, y le contó varias anécdotas reales y ficticias de esposos contagiados por la de la casa. ‘Hay que cuidarse y prevenir, vecino', repetía. Desde esa época, Alcides quedó picado y tenía a Cantalicia entre ceja y ceja, angustiado por la referencia que le había dado Corona, que fue claro al describirle el meneíto rico y el talento de la bella, que, para mala suerte de él, vivía en el vecindario, por lo que a menudo se la encontraba y le daba un bote. Fue en uno de esos encuentros que se atrevió a decirle que quería conversar con ella sobre un ‘trabajito delicado'. Acordaron un precio que a Alcides le pareció justo. Y fue ella la de la última palabra: ‘Exijo que te pongas condón', lo que refutó él, pidiendo una reconsideración y un cambio de medida, pero Cantalicia se mantuvo segura y dijo que solo de esa forma aceptaba meneársele y ponerlo a ver estrellas moradas desde una cama. Lo convenció y quedaron en que él iría a la casa de ella a la hora de salir a pasear el perro, el gran ‘Karonte' que era el terror del vecindario, solo por la estampa, porque en realidad, el can había perdido todos sus dientes y solo le quedaban recuerdos de su gallardía. ‘Al animal ese lo amarras allá atrás y como todo está cerrado no hay peligro de que nadie lo vea', aseguró Cantalicia, que agregó la gota que terminó de animar a Alcides a ponerse el gorrito. ‘Ojalá que tu perro empiece a ladrar mientras estamos acá, porque eso a mí me enciende como a una leona y cuidado y sales tú mismo despellejado de aquí, te voy a sacar todo el juguito para que te dure la llenura un mes', afirmó ella mientras que se masajeaba las lolas faraónicas que Natura le regaló. Los nervios casi traicionan a Alcides cuando compró los temidos condones. ‘Lleve otro paquetito, uno nunca sabe qué lo espera ni cuánto es uno capaz de dar', le dijo el cajero, y el comprador se retiró avergonzado y como chiquillo regañado. Los escondió en sus zapatos, los que puso debajo del sillón para, en un descuido de su mujer, sacarlos y guardarlos en su propio cuerpo antes de salir a pasear a ‘Karonte', que dormía feliz en la sala donde la esposa de Alcides veía atenta cuanta novela podía. El alma le volvió al cuerpo cuando ella le dijo: ‘Ya es hora de sacar a pasear al perro, no sea que ensucie la alfombra, no vuelvas hasta que haga su cosa'. Pero una cosa pensaba Alcides y otra el can, que nada más verlo con la cadena y empezó a correr y husmear. De repente, sacó los zapatos y el cartucho con los condones que su amo llevaba para ‘la ocasión'. ‘Y esa vaina para qué ch… es', le gritó colérica la esposa.