La tos del vecino
- sábado 12 de mayo de 2012 - 12:00 AM
Batistón, el bocatoreño, se sintió el hombre más afortunado cuando Nonita, su suculenta mujer, le dijo que ya no quería que construyera un muro entre la casa de ellos y la de los vecinos. ‘Nos ahogaríamos, porque este país, además de ser una nación de escándalos, es muy caliente’, había dicho ella, y luego complementó: Voy a sembrar un rosal en ese espacio, y espero no ver nunca a la vecina caminando por allí.
No te preocupes, mami, que a esa gorda no le gustan las rosas, ella es ordinaria, dijo Batistón para exteriorizar su felicidad de que ya no tendría que mochar su chequecito, que a duras penas se repartía entre la casa, los perfumes de Nonita y las visitas a los bares.
¿Verdad que es bien feíta la vecina, papi?, preguntó Nonita con inocencia y placer.
‘Esa guial es un bagre’, dijo él y se fue a dormir, dejando a su mujer feliz por el calificativo que le había dado a la señora de al lado. Esperó oír a su marido roncar y apagó todas las luces de la vivienda. ¡Por fin!, pensaba mientras caminaba en puntillas hasta situarse en la puerta principal.
Y esperó. Esperó unos minutos, media hora. La hora completa, que transcurrió lenta y angustiosamente. Pasó una hora más en la ardiente espera, pero nada, no oía la tos seca que tanto placer anunciaba.
Se fue a dormir al amanecer, cansada de esperar oír la tos seca.
Fue a la mañana siguiente, cuando le aliñaba el arrocito con carne y lentejas a Batistón, que los vio pasar, marido y mujer iban juntos para el trabajo. No supo si fueron sus celos, pero le pareció que ‘el bagre’ caminaba con ese paso inconfundible de las mujeres que la noche anterior han sido bien atendidas en la intimidad: ‘suas, suas, afirmando solo la punta de los pies, trasero al son de una canción de cuna’. ‘Desgraciada, desgraciada y fea’, pensó y la miró hasta perderla de vista.
Vinieron varias noches más y se repetía la dinámica. Nonita esperaba que Batistón empezara a roncar y se levantaba a apagar todas las luces. Y esperaba oír la tos seca. Agudizaba el oído hasta grados extremos, tanto, que le dolían, pero nada, no oía la tos seca.
Y como los amores prohibidos son intensos, conforme disminuían sus esperanzas de oír la tos aumentaban los deseos de Nonita, quien ya sentía que se le iban a explotar los senos si no se daba el encuentro esperado. Fue por esos días que vio a otra mujer en la casa de al lado. Una sobrina de la vecina, supo después. Se tranquilizó cuando pudo verla bien: una gordita cuadrada idéntica a la tía, y con apariencia de mojigata. ‘No es peligrosa’, pensó.
Y transcurrió un mes más y el vecino ni la llamaba ni fingía la tos seca en el espacio que separaba las dos casas. Aún así, la pasión de Nonita no daba su brazo a torcer, y cada noche, religiosamente, apenas Batistón empezaba a roncar, ella apagaba todas las luces y esperaba, ahora sentada en el piso, pero la tos seca del vecino no se escuchaba.
Fue en una de esas noches de espera que oyó un susurro. Le pareció que venía del área donde estaba su rosal. Con el corazón palpitando a mil suspendió su respiración para oír mejor. Esperó un segundo y otro. Ahora no le pareció un susurro, sino un quejido de placer.
Nunca supo por qué lo hizo, pero antes de salir a ver qué era, tomó un bate de béisbol que su marido guardaba detrás de la puerta.
Se le juntó el deseo contenido y la rabia de haber sido despreciada cuando vio al vecino con la sobrina de la mujer, allí mismo, en su rosal, donde antes la había puesto a gozar a ella. Miró un segundo en silencio, pero ver ese cuerpo cuadrado y amorfo contonearse por el placer robado fue demasiado para la curvilínea Nonita, a quien se le bloqueó el canal de la civilidad y le entró a batazos, con tanta furia que ni el mismo vecino la podía contener, por lo que él mismo, asustado, armó un alboroto pidiendo auxilio. En minutos aparecieron su esposa y Batistón, a quien Nonita cuenteó diciéndole que había bateado a la muchacha porque le estaba arrancando las plantitas de rosa.
La mujer del vecino, que aunque fea, no era bruta, antes de llevarse a su sobrina para un centro médico agarró el bate y le propinó dos batazos contundentes al marido en la parte sur.
‘Espero que te hayas largado cuando yo regrese del hospital’, le dijo al hombre que en el piso se retorcía de dolor.