La testigo

La persona bochinchosa no envejece, su cuerpo, su rostro y su salud orgánica muestran, al igual que el resto de los humanos
  • miércoles 18 de noviembre de 2015 - 12:00 AM

La persona bochinchosa no envejece, su cuerpo, su rostro y su salud orgánica muestran, al igual que el resto de los humanos, todos los estragos del paso del tiempo, pero la mente se estanca y se queda en la niñez, por eso es que se dice de ellos que parecen chiquillos, no meditan ni ven más allá de lo que ve todo adulto. Por esa misma ‘cualidad' de chismosa, Ramona casi pierde una lámpara.

Su desgracia empezó cuando al primo Venancio le dio por celar a la mujer, Rosina, a la que a diario amenazaba con ‘te voy a poner un investigador, tú andas en algo, cabrona, antes te ponías tus rollitos aquí en la casa los domingos, ahora no, ahora es plancha y puro salón de belleza, sabiendo que me enamoré de ti por tus ricitos, se te antoja ahora lucir una cabellera de cholita; eso es señal de que andas con el jefe, con algún directivo, porque si me vas a quemar espero que sea con algún pesado, no con cualquier chichipati como yo, pero, óyelo bien, te voy a poner un investigador'. La periquera de Venancio era el pan de cada día, todos en el barrio sabían que a Rosina le decían ‘te voy a poner un investigador'.

Mientras, Venancio cometió el error de muchos mortales cuando tienen un problema con la pareja y corrió a contárselo a la mamá, al papá, a los hermanos y a los amigos, y después, cuando se arregla la situación quieren que los demás olviden todo lo que les contaron. Se lo contó a su madre, Tinita, una viejuca de carácter que se dio gusto quemando al esposo, quien jamás la descubrió porque ella se la aplicaba apenas la celaba. ‘Mire, mi hijito, si usted quiere dejarme por otra, use otras maneras, no haga como los cobardes que fingen celos o inventan que la mujer anda con otro para tapar su propia falta, así que hable, mi hijito, párese como un hombre de cojones bien puestos y diga lo que tiene que decir, pero no calumnie a quien lo abriga todas las noches', le contestaba la sabia Tinita al marido, que se quedaba calladito y no se atrevía ni a rechistar. Cuando el hijo le vino con el cuento de las sospechas, Tinita pensó que era una factura de la vida, pero le dijo a Venancio que ella misma se encargaría de la investigación, y concluyó: ‘Si esa malnacida te está quemando, se va a arrepentir, yo le voy a enseñar a respetar'.

Mientras duraron las investigaciones, Venancio andaba envalentonado. A todo el mundo le decía ‘ese detective me está cobrando un ojo de la cara, pero va a rebuscar hasta debajo de las piedras para saber si Rosina anda con otro, y también le exigí el nombre completito y los datos generales del desgraciado, y una foto de cuerpo entero, porque le voy a enseñar a no tirarse a una mujer ajena y menos la mía, que se coja a la que se le antoje, pero no a la de Venancio Cedeño, él me buscó, él me va a encontrar'. La bravuconada de Venancio se despapayó cuando la madre le fue con el informe, el hijo se puso tembloroso, pálido y no le salía ninguna palabra completa, unos sonidos guturales se adueñaron de él mientras Tinita procedía a abrir el sobre. Se disgustó cuando el hijo le gritó que se negaba a creer todo lo decía el documento. ‘¿Y las fotos? Ellas hablan', decía la vieja, pero Venancio ripostó ‘eso es un montaje, ahora se hace de todo'.

‘Entonces, ahora, después de matar al tigre le tienes miedo al cuero', decía Tinita furiosa, y para corrobarle al hijo la traición, dijo que tenía una testigo ocular. Y la trajo, vino la prima Ramona y le sostuvo que había perdido la cuenta de las veces que había visto a Rosina en ‘cosas prohibidas', y le dio detalles contundentes, pero Venancio enloqueció con las evidencias y la golpeó salvajemente advirtiéndole que la acusaría de calumnia e injuria contra su mujer. ‘Por algo todos te dicen la bochinchosa', le gritó el pariente a la pobre mujer que en el piso se retorcía de dolor mientras recordaba que no hay peor ciego que el que no quiere ver.

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  • Ojo: Al perro macho lo capan solo una vez.
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  • Óyelo: De amor mueren los quemados y de frío los encuerados.

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