La criollita
- sábado 04 de junio de 2016 - 12:00 AM
Mi abuela siempre pregonaba: ‘Todo lo que se hace en esta vida, en esta misma cabrona vida se paga'. Su comentario me resbalaba, para mí, lo único importante era ser bella. Desde niña me mostré ambiciosa, astuta y era feliz cuando hacía sufrir a mis primos más pequeños, a quienes les botaba sus juguetes y golosinas. ‘A Sol le gusta lo ajeno', dijo mi abuela cuando a mi prima le compraron un perrito, y yo, por pura maldad, lo eché en el corral de los puercos. ‘Métanle mil rebencazos', pidió mi tío, pero mis padres no le hicieron caso y me dejaron seguir con esas actitudes equivocadas. Era una pelá cuando hice que un viejo de 38 agostos cayera preso y perdiera a su familia porque yo lo sonsaqué hasta que se enredó conmigo, y mis malos padres lo acusaron de seducirme. Antes de los veinte ya había destruido dos matrimonios más, a los 22 ya había perdido la cuenta de las novias inconsolables que quedaban a mi paso por la vida de sus novios, a los 23 conocí a Francisco, divorciado y con dos hijos, un varón diez meses mayor que yo y una pelá de 19 años, casada con un extranjero. Francisco se arrechó con mis encantos y nos casamos. Enseguida, le puse el ojo al yerno de mi marido, Javier, quien no me hacía caso, razón por la que yo me empecinaba más en levantármelo. En una reunión entre amigos, de esas que celebran los ricos, lo escuché decirles a los invitados que él no era panameño, por lo que sus patrones de belleza femenina para nada se parecían a los de mis compatriotas. Dijo: ‘Por eso no me parece ni guapa ni interesante la nueva secretaria de mi jefe, es una criollita y ya'. Eso me cayó en la punta de ustedes saben dónde, porque se refería a mi hermana, que era una copia mía. Me dispuse levantármelo a la buena o a la mala, así que una noche vi que salió el carro de ella, y supuse que Javier estaba solo en la recámara. Aproveché que mi marido dormía y toqué con urgencia la puerta con la excusa de que mi esposo sentía con un dolor agudo en el pecho. Para sorpresa mía, no me abrió Javier, sino su mujer, Patricia, mi hijastra. No supe qué me pasó cuando la vi desnuda por completo. Su cuerpo alargado y sin llantas, pura curva y carnes firmes me enloquecieron y sentí ganas de tocarla. Ella me dijo que pasara y me besó la boca, yo, sorprendida, le besé los pezones y por ahí fui bajando mientras ella abría las piernas como acostumbrada a esa caricia. Luego me llevó cargada a la cama y me desnudó todita mientras yo no salía de mi asombro, por la reacción de ella y porque no imaginé jamás que una flaca como ella pudiera levantarme en vilo como si yo no tuviera las tantas libras de más. ‘Cierra los ojos que es tu turno', me dijo mi hijastra suavemente. Y me enloqueció. Salí de allí turulata y no me interesó más su marido, ni el mío, ahora solo me interesaba ella y seguimos viéndonos. Cuando le propuse que nos fugáramos, que dejara ella a su marido y que yo dejaría al mío, ella soltó una carcajada y me dijo que con esa propuesta yo dejaba ver la poca materia gris que tenía.
Me disgusté por llamarme tonta y por negarse a dejar a su marido por mí y la sacudí mientras lloraba de rabia y dolor al ver que ella no me amaba como la amaba yo. ‘No te metas conmigo a la brava que yo sé defenderme', me dijo Patricia y señaló la puerta. No me recibió nunca más en su recámara, y cuando la amenazo con hablar, me dice que hable, que ni mi marido ni el suyo me van a creer. Mi amor por ella crece cada día y hasta he pensado en salirme por la puerta angosta si Patricia se me sigue negando…
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Enfermedad: Soy feliz cuando otro se siente desgraciado.
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Omnívora: Yo como de todo, ambos géneros me satisfacen.