Jodido por el vidrio

Apenas nací estuve en ambientes de vicios y peleas
  • jueves 26 de mayo de 2016 - 12:00 AM

Apenas nací estuve en ambientes de vicios y peleas. Vine al mundo nada más y nada menos que en un poblado llamado La Pacha, allá en el riñón de El Chirriscazo, donde mi padre se agarró a puño limpio con mi abuela materna, quien se oponía rotundamente a que me pusieran el nombre de mi abuelo paterno, Raúl, al que conocían como el ‘Rey de los Chupateros'. Años después, el viejo murió a filo de machete, se enfrentó solo al corregidor y tres más, porque estos querían aplicar la ley que prohibía la elaboración del conocido chirrisco. Los eliminó a todos, pero aquellos lo dejaron malherido y dos semanas después él cruzó el fino hilo que separa la vida de la muerte. Después de enterrar a mi abuelo, papá me dio la noticia de que nos mudaríamos cerca de la ciudad. Nos mudamos a una pequeña casa donde conocería a mi perdición, el alcohol, ya que al frente había un bar que nunca cerraba sus puertas.

Comencé a tomar desde los 16 años por obligación de mi padre, que me decía que entre más tomara más hombre sería. Como era un joven inmaduro, estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de que mi padre se sintiera orgulloso, lastimosamente, pasó el tiempo y ya no lo veía como una obligación, sino como un gusto, pero después ya no era un simple placer, pues se convirtió en una necesidad. Luego sufrí la pérdida de mis padres en un accidente causado por un maldito borracho al que nunca la ley castigó, pero tuve el gusto amargo de ver cuando el cielo le mandó la factura al infeliz. Después de ese horrible acontecimiento, dejé de tomar, todo lo contrario a lo que haría otra persona, retomé mis estudios y, por cosas del destino, conseguí un buen trabajo en el que me iba muy bien. Me casé con la mujer que amaba y tuvimos un hijo al que educaba con rigor, pero el destino se aburrió de verme sonreír y en un momento inesperado me dio sed, esa sed que no sacia el agua. Caí de nuevo y cuando desperté, tres días después, tuve que darle serias explicaciones a mi esposa y lo único que dije en mi defensa fue que me dio sed y que ‘seguramente' no iba a pasar de nuevo, pero siguió pasando día tras día, era completamente decepcionante ver que el gran Raúl estaba desvaneciéndose. Mi esposa me advirtió que si no dejaba de tomar si irían ella y mi hijo de la casa, encima tenía que aguantar al pesado de mi jefe todas las mañanas diciéndome que si era necesario que me inyectara café en las venas, pero que no llegara tarde, me enfurecí tanto que una de las veces en que me gritó, le pegué y me despidieron de la empresa con las manos vacías y acusado de todo lo que se les ocurrió. Mi esposa se fue enseguida con mi hijo. Una tía me llevó a un programa de rehabilitación y ahora lucho para dejar la bebida, mi mujer ya se casó con otro que, según cuenta ella orgullosa, solo llega hasta la malta, de ahí no pasa. Lo que más me mortifica es pensar si cuando me rehabilite sea demasiado tarde para recuperar a mi hijo. A mi exesposa no me interesa recuperar, ella es, como decía mi abuela, un parche, pero ese que engendré, que es sangre de mi sangre, sí me interesa, porque un hijo siempre se lleva en el corazón.

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Herencia: Se llamará como su abuelo paterno, un chupatero de verdad.

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Golosa: Borracho me complaces más.

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