Huellas dentales
- domingo 30 de abril de 2017 - 12:00 AM
Sergio tenía sus mañas sexuales que conocía su esposa, la celosísima Olga, quien andaba ojo al Cristo para evitar que se lo quitaran, pero él conocía una estrategia para que en el cuerpo no quedara ni rastro del olor de la otra. ‘Cuando mi mujer va ya yo he venido cien veces', le decía a su confidente, quien siempre andaba preguntándole las últimas ‘recetas' para ser infiel y permanecer en el anonimato.
Sergio soltaba toda su elocuencia y vanidad, y contestaba: ‘Eso es una combinación de mente, talento y gracia para hacerlo, a veces son ellas mismas las que le echan el cuento a las amigas, que se lo cuentan a su otra mejor amiga, y cuando te das cuenta ya el cuento va largo y todo el mundo lo sabe, sobre todo cuando la guial que tú meneas trabaja en el mismo lugar; por eso hay que fijar las reglas y ponerlas a gozar de lo lindo para luego decirles que se perderán todo ese disfrute si pregonan el romance'. Estaban enfrascados en la charla cuando vieron pasar a la nueva compañera de trabajo, que pasó de largo dejando un reguero de suspiros entre los caballeros, cuyos ojos se fueron, como siempre, al trasero. La desilusión fue total, Sergio opinó ‘qué lástima, cara linda y trasero seco'. El otro afirmó ‘no tiene nalgas, pero tiene unas tetas que ya quisiera yo pegarme a ellas y …'. La compañera que los escuchaba intervino para sugerirles que hicieran una apuesta que ganaría el que se la levantara primero. ‘Se llama Marilú', dijo la dama y los hombres tasaron la apuesta en cien dólares para el primero que la llevara a la cama; la compañera pidió un porcentaje para ella por testigo de la vileza, que pronto se calentó porque Marilú andaba con sus finanzas en rojo.
La urgencia financiera de ella y la suerte favorecieron a Sergio, quien necesitó ir a presentar un reclamo al departamento de cobros, donde trató con la bella y tetonzona Marilú, que le habló tan de cerca que los senos endiablados rozaron al reclamante; fue suficiente para que al caballero se le disparara la libido y ya no pensó más en la apuesta, sino en estar con ella en la cama para ‘regocijarse' en los pechos descomunales nunca antes vistos por él. ‘Yo he visto mujeres tetonas de verdad, pero como esta nunca', le dijo al compañero y rival, al que también se le hacía agua la boca con los melonzones de Marilú, aunque dijo resignado: ‘Esa dejó regada a Sobeida, que se creía la más tetona de toda la empresa'.
Marilú era de las que llegaban con la lengua afuera a la quincena, y como había malacostumbrado al marido y era ella quien resolvía los apuros quincenales, necesitaba poner la mesa los días que faltaban para el 30, de manera que cuando Sergio la invitó, ella dijo al instante ‘dale, vamos'. Sergio casi enloquece cuando Marilú quedó desnuda, ver las tetas tapadas era una emoción, pero mirarlas en vivo, colosales y peladas, fue demasiado; se dejó llevar por la pasión y las ganas, y clavó sus dientes demasiado grandes en las mamas ajenas. El ayayái prolongado de Marilú lo oyeron en administración y en menos de dos minutos la recámara fue invadida por personal de seguridad, y aunque ella no lo acusó formalmente sí juró vengarse porque no había manera de ocultarle al marido las tetas mordidas. El hombre casi la mata cuando esa noche vio la marca de los dientes de Sergio. Y decidió ir al día siguiente a decírselo a la esposa del mordedor. Olga los recibió pensando que era cualquier tema, menos la prueba de infidelidad de Sergio. No dudó de la veracidad del hecho, los dientes de su marido eran inconfundibles y sabía ella que una de las mañas de él era morder las tetas. No lo llamó para reclamarle, se fue al trabajo de él y allí ‘casi le saca los dientes'.