El hombre de los tres zapatos
- martes 13 de mayo de 2014 - 12:00 AM
Cuando se rumoró que Abel se casaba con Jazmín, muchos dijeron que los cachos vendrían prontito. Veinte años de diferencia, guapura, curvas y un ímpetu joven es igual a candela pura, aseguraban los de habla insensata. Con el paso del tiempo, que va poniendo cada cosa y a cada quien en su lugar, fueron acallándose los rumores. El viejito, como le decían al cuarentón, podía caminar con la frente en alto, ni sospecha daba Jazmín, al contrario, el cuento que se oía era que Abel tenía su cualquier cosa con alguna, cuyo nombre y señales nadie sabía.
En una reunión política, una damita no soportó verla feliz y le soltó el bochinche: ‘Tu marido anda buscando por fuera lo que tú no le das, así que pela el ojo’, dijo la inocente y cortó de un solo tajo la felicidad de Jazmín, que esa noche le rogó a su marido que le dijera quién era, cómo era, edad, lugar de residencia y tiempo del queme.
Abel hizo un teatro barato, pero logró convencer a su mujer de que era ella la única que gozaba ese paquetote que natura le dio y que, según sus tíos, era herencia nata del abuelo Pánfilo, un jamaiquino que se quedó perdido en estas tierras para seguir a una gunayalense caderona. La sospecha se apagó por varias semanas, pero reapareció cuando Jazmín publicó en su estado 100% feliz; lo que no soportó una supuesta amiga y, con la agilidad del malvado, comentó que nadie, ni siquiera una viuda, puede estar segura de su marido.
El comentario cayó como un rayo sobre Jazmín, quien ese día recibió a Abel furiosa, y lo acorraló con las cinco clásicas: quién es, cómo es, cuántos años tiene, etc. Abel volvió con su teatro, pero le dio temor de que su mujer descubriera lo suyo, y tomó precauciones. Jazmín ignoraba que él llevaba rato comprando ropa y zapatos idénticos a los del vecino de la cuarta etapa. Solo aquella y Abel sabían los porqués de esa copiadera.
Pasó varias semanas sin visitar la casa ajena. ‘Es mientras a esa se le pasa la preguntadera’, le dijo a la amante, que exigía que llegara a darle lo suyo. Un chat de la intrusa lo hizo arriesgarse: ‘Si eres machito, llegas, y si no, allá tú, sometido, aquel también anda preguntando y yo no ando con tembladera’.
Pasó cuando venía del trabajo, a medianoche. La mujer lo recibió ardiente y con un repertorio que lo volvió loco y lo dejó extenuado. No pudo evitar coger un cinco. Despertó cuando oyó el canto de un gallo. Sintió que se moría, pensó en su mujer y el terror lo dominó. Con las sienes a punto de reventar se vistió, echó sus zapatos en la mochila y ‘voló’, descalzo y tembloroso. Respiró aliviado cuando se acostó y vio a Jazmín dormida, cogida en el traguito que él le había sugerido para que perdiera la compostura y lo esperara con ganas de guerrear.
Se acomodó con cuidadito. Todo bien. Se durmió feliz. Un zapatazo lo despertó antes de las nueve. Era Jazmín, que exigía con violencia que le explicara por qué había tres zapatos y no dos en su mochila…