Sin hacha ni calabaza
- sábado 05 de marzo de 2016 - 12:00 AM
Tamales, tamales, de puerco, de pollo y de…, gritaba el pobre Tavo, que llevaba dos horas recorriendo las mismas calles, con un tanque al hombro y otro sobre un carrito de confección casera.
No se quede sin el suyo, tamales, tamales, de puerco, de pollo y de…, gritó otra vez, pero ninguna puerta se abría para hacerle el pedido. Voy a dar esta última vuelta y si nadie me compra un tamal se los voy a tirar todos a los dos perros esos que están allá, le dijo a su conciencia, y volvió: tamales, tamales, de puerco, de pollo y de…
Pero no salió ningún cliente ni él cumplió su promesa de tirárselos a los perros. Voy a vocear mis tamales por última vez, si nadie sale a comprar se los voy a vender al chino a mitad de precio, le dijo a su conciencia, y brotó el grito destemplado: tamales, tamales, de puerco, de pollo y de…
El grito llegó hasta Arlin, la de medidas contundentes que a esa hora se daba un baño meticuloso, porque pronto llegaría don Rigoberto, a cumplir su visita semanal de todos los viernes, y ella necesitaba estar bien limpiecita para recibir lo que ella llamaba las últimas sales del viejo. No lo pensó dos veces y se echó una toalla encima, voló hasta la puerta y desde allí le silbó al tamalero, que oyó el silbido y se devolvió aliviado de por fin encontrar un cliente.
Dame dos, le dijo Arlin, y el hombre se quedó con la mirada hacia abajo, casi que lelo. Uno de puerco y uno de pollo, pidió ella al verlo tan cabizbajo. Fue en ese momento de espera que ella se percató de que la toalla le tapaba parte del cuerpo, pero le dejaba al descubierto la zona más privada. Apenada le pidió disculpas, y le explicó que tuvo que salir del baño apurada porque esperaba una visita y no había podido preparar nada para almorzar.
Y mientras se disculpaba, olvidaba taparse, de manera que Tavo seguía con la mirada pegada en el punto crítico. Deme dos, por favor, pidió Arlin otra vez. ‘Ay, tápese, tápese y entonces le vendo los tamales', pidió el vendedor, y la compradora obedeció ruborizada, pero no pudo evitar burlarse de él. ¿Nunca ha visto una cuca?, le preguntó medio nerviosa. ‘De ese tamaño no', dijo el hombre.
Coquetearon brevemente y él fingió que no tenía vuelto, por lo que ella le pidió que esperara un ratito mientras iba por el cambio. ¿Así que te parece grandota?, le dijo Arlin cuando lo sintió caminar tras ella. Ay, madre, me está poniendo nervioso, decía Tavo con voz temblorosa.
¿Así que te vuelves una gelatina cuando ves una como esta?, le dijo la mujer y dejó caer la toalla. A Tavo le pasó como al burrito frente a las dos montañas de hierba fresca, no supo qué hacer. Perdió en la indecisión ocho minutos preciosos, cuando quiso actuar ya era tarde, el viejo de los viernes ya estaba abriendo la puerta, de manera que tuvo que salir en estampida por la puerta de atrás, como un ladrón. Logró ponerse a salvo de la mirada del don, pero necesitó dar una vuelta kilométrica para regresar al portón donde había dejado sus tanques con tamales.
Cuando llegó ya era tarde, una jauría endemoniada se disputaba la tamalada a puro diente. No pudo salvar más que los tanques vacíos. Regresó sin plata, con hambre y más encabritado que un colegial.
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Tonto: Por lerdo, un vendedor de tamales perdió la mercancía y un ‘gran momento'
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Provocativa: ¿Así que te parece grandota?