Fina, pero ardorosa

Leoncio se levantó todavía turulato y trató de ordenar sus ideas, en un recoveco del cerebro halló el recuerdo
  • sábado 03 de enero de 2015 - 12:00 AM

Al calor del espíritu del Año Nuevo y de las cervecitas que nunca faltan en una celebración panameña, los dos vecinos hicieron un trato de cruzar los perros de ambos, lo que debía ser al día siguiente porque la perrita de Leoncio había despedido ardorosa el 2014, de manera que a primera hora del nuevo calendario Pablo se presentó a la casa ajena con su perro. Lo recibió Leonidas, la esposa de Leoncio. La dama casi se desmaya cuando se enteró de que su marido había ofrecido su perrita a ‘semejante cosa’.

Y sacó violentamente a su hombre de la cama, ‘párate, párate a arreglar este asunto, aquí está el vecino, que no sé si es que todavía está borracho o qué es lo que le pasa, dice que tú le ofreciste a mi perrita, cómo se te ocurre cruzarla con ese tinaquero, mestizo, un don nadie que quién sabe qué genes tiene, etc.’.

Leoncio se levantó todavía turulato y trató de ordenar sus ideas, en un recoveco del cerebro halló el recuerdo. ‘Vamos a cruzarlos, Pablo, no faltaba más, y será mañana mismo porque mi perrita anda con esos días maravillosos que ya quisiera yo que se le contagiaran a mi mujer’, le había dicho él a Pablo.

‘Yo le di mi palabra y la tengo que cumplir’, le dijo a Leonidas, que llorando argumentaba que ‘palabra de borracho no vale’.

‘Sí vale, porque es palabra de hombre y no tiene nada que ver que su estado’, respondió Leoncio, y su mujer cambió el llanto por ira y se paró en la puerta del patio, dispuesta a no permitir que Pablo entrara con su tinaquero.

‘Ese mestizo no será el primero en la vida de mi perrita de raza, tendrá que pasar sobre mi cadáver para que su cochinada de animal toque a la mía, que es de clase, oyó’, gritaba Leonidas. Pablo alegó que su perro estaba vacunado y desparasitado y que de vez en cuando le compraban comida de bolitas.

‘Vio, se da cuenta de que no es de raza pura, la mía jamás come comida de la otra, solo bolitas’, decía ella. Pero los dos hombres seguían empeñados en el cruce mientras el can ladraba ansioso y alebrestado por el olor a ardor que solo él percibía, adentro, la perra fina era pura coquetería y también intentaba ansiosa llegar al macho.

‘Mira que la perrita sí quiere, mírala cómo mira al perro del vecino, ella sí quiere’, decía Leoncio para convencer a su mujer, que insistía en que no humillara así a la perra, que, mínimo, se merecía estar con alguien a su altura la primera vez’.

Tan entretenida estaba argumentando el derecho canino que Leoncio aprovechó para meter al perro, y en un arranque de coquetería la perrilla huyó y buscó calle, para jugar a que el mestizo la perseguía. ‘No y no, este tinaquero no será el primero en la vida de mi perra fina’, dijo Leonidas y atajó al perro.

Anda a buscar a la perrita, le ordenó al marido, que no quiso quedar delante del vecino como un mandilón y le gritó ‘búscala tú misma, coño, puro piquete y complejo de clases, perro es perro, cabrona’.

Avergonzado por haber enfrentado al matrimonio, Pablo cogió su can y se retiró mientras Leonidas discutía con su marido, que se mantuvo firme por primera vez en su vida y no se dejó mandar, de manera que le tocó a ella salir a buscar al animal.

La encontró unas calles más abajo, feliz y entregada a un auténtico tinaquero que había llegado al barrio atraído por el hueso de un jamón que un vecino irresponsable tiró en el pataconcito que adorna la entrada al vecindario.

Tuvo que esperar a que los canes terminaran de complacerse, y volvió iracunda a la casa, donde se desquitó con Leoncio, a quien sacudió y le gritó: Apenas para los tinaqueritos te vas inmediatamente a botarlos.

‘Cuidado y me voy yo mismo junto con los tinaqueritos’, le dijo Leoncio a su mujer.

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