Fantasma de mis amores

El haber quedado viuda a temprana edad le trajo muchos problemas y sinsabores con su nueva pareja, pues la mujer se negaba a quitar las fotografías del finado de la sala, cocina y peor aún de la recámara y a dejar de colocarle velas y flores, no sin antes orar para que el alma descansara en paz.

Amalia quedó viuda a los dos años de casada con Narciso, por la iglesia, por lo civil y por la fuerza, porque por estar preñada tuvieron que acelerar el acto, para evitar los chismes y bochinches de las vecinas y de las primas, que son envidiosas y mala gente con ella, por el único hecho que era los ojos de papá y el cariño de mamá.

Narciso murió en un accidente de tránsito en Campana, Capira, cuando viajaba hacia la capital, después de pasear por Playa Blanca. Pero el secreto que guardaron pero es que viajaba con otra mujer, que salió ilesa, pero que huyó del lugar de los hechos, porque también era casada y con hijos.

Pero en fin, el caso es que Amalia, quien desde el día del sepelio no deja de llorar y llorar, implorando estar con Narciso, —pero de mentiritas—, hasta que conoció a Fernando, que pasó a ser su nuevo marido y quien le prometió a los padres de ella que haría que olvidara al difunto y que la haría una mujer feliz.

Pero pasaron los días y luego las semanas, pero nada de nada. La mujer seguía empeñada en recordar a su amor, aunque ahora fuera una alma en pena, en busca de su amor lejano del más allá.

Una noche Fernando trató se persuadirla, le compró una bata roja, con pantie de hilo, que tenía un corazón en la parte posterior, que dejaba notar su abultada motivación de mujer, sus senos erectos y fuertes, por el poco uso que le dio el finado, apagó la luz para darle más valor a lo que iban hacer, pero la mujer se acercó al retrato del muerto y susurró. ‘Narciso, perdona, si lo hago con otro hombre, pero tú no estás y necesito que alguien me quite el fuego que llevó por dentro’.

De repente la vela se apagó, las flores se marchitaron y le sonrisa de la fotografía se volvió mueca, por lo que Amalia decidió no hacerlo y le pidió disculpas a Fernando, argumentando que no estaba lista para ser poseída por otro hombre, al menos que Narciso lo permitiera, desde el más allá.

Fernando se molestó por esa pendejada, la agarró por el brazo y le tiró a la cama, le quitó el pantie a la fuerza, la acomodó como quería acomodarla, le puso hacer el 33, 44 y el 69, hasta que ambos quedaron exhaustos, pero contentos, porque saciaron su sed de amor y sexo y se olvidaron del muerto, que se moría —por segunda vez— al no poder evitar que su mujer fuera de otro hombre.

Al día siguiente las cosas cambiaron. Fernando desayunó en casa, lo que le preparó Amalia, quien aprovechó que su esposo se iba para el trabajo para visitar el cementerio y ante la tumba de Narciso pidió perdón y juró no volverlo hacer con nadie más, sin su consentimiento.

Esa misma noche Fernando ya conocía le receta. Cuando Amalia iba a orar al difunto, la agarraba por la fuerza y le aventaba a la cama, le ponía hacer lo que hacen las mujeres de las cantinas del Terraplén, chacareo de cristal, patadas a la Luna, sexo al estilo del flautista, besos negros y oscuros y buceo por áreas húmedas, incluyendo viajes por la retaguardia, hasta que quedaban cansados de tanto ajetreo, de más por menos.

A la semana, Amalia retiró las fotografías del difunto, puso la fotografías de Fernando —el vivo— a quien le pide que se repita todas las noches la misma historia, porque definitivamente que el muerto, muerto está y que el vivo, viviendo está. Los padres del difunto están molesto con su ex nuera, porque dejó de pagar el derecho de la tumba y sacaron a Narciso y lo acomodaron en un saco de papel, para que alguien lo retire.

Desde entonces, se le acabaron los temores de Amalia —del castigo del más allá— porque ahora recibe ‘los cariños’ del más acá, pero con sabor a amor y sexo, que era lo que más exigía en sus oraciones y se acabó la historia del fantasma de mis amores.