El que escupe para arriba…

Don Pedro tenía la mala costumbre de decir que había que mejorar la raza, por eso le dio un sermón a la bisnieta adolescente
  • viernes 09 de octubre de 2015 - 12:00 AM

Don Pedro tenía la mala costumbre de decir que había que mejorar la raza, por eso le dio un sermón a la bisnieta adolescente, Nievecita que se alistaba para viajar a la capital a estudiar y a trabajar. ‘Cuidado con una vaina, hijita, fíjese bien, no me vaya a salir con un chombito, acuérdese de que usted es blanca de Castilla, de las puras, así que, ¡ojo! Pele el ojo y no me dé una amargura en mis últimos años. La cantaleta del don la olvidó la nieta apenas llegó a la ciudad y vio la variedad de tipos que deambula por la ciudad. Hay blanquitos, prietitos, pelilacios, peliduros, pelinegros, castaños, blancos como la leche y de ojos verdes, y otros que ni terminaría de describirte, le mandó a decir a las primas que se quedaron en el interior esperando la oportunidad de dar el viaje también.

Fue un fin de semana que la invitaron a una fiesta y conoció al trinitense Modilvio, que había venido desde las islas de Trinidad y Tobago buscando ayuda médica por un balazo que le metió un marido celoso. Bailaron desde que comenzó la fiesta. El muchacho tenía todo el sabor y la pinta del Caribe. ‘Ay, mi madre, sabor africano, pensó Nievecita cuando él la cargó sobre sus piernas para darle la silla a una doñita que no había parado de tirar pasos'. Y se le quedó en la mente aquel gran bulto bajo sus posaderas, recuerdo que quedó en los sentidos mortificándola tanto que no pudo negarse un mes después cuando Modilvio le dijo que se casaran.

‘Prepara a mi abuelo que voy el domingo para allá a presentarle a mi marido', le rogó Nievecita a las primas. Los nervios se apoderaron de las muchachas y no se atrevieron a decirle al abuelo que la nieta venía con un prieto, de manera que a Pedro lo cogió de sorpresa la visita de la nieta con el marido. Se quedó sin habla cuando lo vio, tuvieron que abanicarlo con su mismo sombrero. Apenas reaccionó lanzó el bastón y bajó un machete que siempre tenía colgado. Modilvio, que estaba en una hamaca gozando la temperatura de la campiña, leyó la palabra muerte en la mente del viejo y en dos zancadas se puso a salvo. El campesino logró corretearlo un trecho corto, pero apenas vio que no podía alcanzarlo trató de volver a la casa, dispuesto a cobrársela con la nieta.

Dio la vuelta y echó a andar camino a su vivienda, pero la respiración se le aceleró y no pudo seguir. Hubo que traer una hamaca para llevarlo a la casa y cayó enfermo. Al cabo de un mes se levantó y dijo que no le daba la gana de morirse por culpa de un negro y de una chiquilla tonta que no entendía que había que adelantar la raza. Él mismo mandó a buscarla porque sentía que se le acababa el calendario y quería conocer a los biznietos, los gemelos de Nievecita y Modilvio. Cuando se los trajeron los vio tan lindos, morenos y de pelo cuscú, pero con los ojos grises como los de él y de su nieta. Pero estos muchachitos sí que están lindos, dijo, y de allí en adelante fue un abuelo del montón, consintiendo a los pequeños hasta en lo impensable. Y con los nietos vino la abuela paterna, una negra purita que ni el cabello le crecía. ‘Parece un carbón', dijo don Pedro, pero antes del anochecer estaba cuento y cuento con la negra caribeña, con la quedó embarrado en menos de un mes. ‘Esta es mi linda mujer, la única que me la saca tres veces con uno solo de ella', decía más enamorado que un colegial el viejo Pedro, quien jamás volvió a hablar de adelantar la raza...

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Ignorante: ‘Hay que adelantar la raza'

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Glotona: ‘Ay, san Cachondo, su arma es de calibre africano'.