- lunes 08 de agosto de 2016 - 12:00 AM
El saber popular registra que siempre hay otro más vivo que uno. Juvenal era el que llevaba los pantalones en su hogar formado con Leticia, a la que le daba candela pura, pero con tanta astucia que ella no lo había podido agarrar. ‘Es que yo no soy ningún pendejo, yo sí me las sé toditas, a mí jamás me agarrará infraganti mi mujer, ella sospechará, pero de eso a la evidencia hay mucho trecho', repetía Juvenal cuando los compañeros le pedían la receta para meterle cachos a la mujer sin que ella se diera cuenta.
En esos días andaba muy cachondo con una casada, y era tal el afán por las delicias del adulterio que Leticia estuvo a punto de descubrirlo porque él se encerraba largos ratos en el baño, adonde se llevaba el celular. ‘Es que el jefe quedó de llamarme', decía cuando ella le preguntaba el porqué. Pasada esa excusa, Juvenal argumentó que andaba pesado con la digestión y por eso necesitaba triplicar el tiempo en el inodoro, lo que tampoco le creyó Leticia, quien le dio rienda suelta mientras craneaba cómo agarrarlo con las manos en la masa. La suerte, que a veces nos abandona por completo y otras nos da una mano, le iluminó la vida al encontrarse de casualidad con Berta, una vieja amiga, quien ideó el plan para agarrar a Juvenal con el cuerpo del delito para ponerlo en cintura. La bella explicó el plan: ‘Me dices que Juvenal es adicto al celular, bueno, por ahí mismo vamos a atacarlo, déjame a mí que yo me encargo de ponerlo en aprietos para que aprenda a respetar el hogar y sus hijos sepan que no es el esposo modelo que pregona a diario'.
‘Tú andas raro', le comentó Leticia a su marido una semana después de que Berta había iniciado el plan de mandarle mensajes seductores a través del celular, presentándose como la vecina. ‘Puras ideas tuyas, siempre pensando mal de mí', contestó Juvenal, quien estaba goloso porque la vecina le escribió que esa camisa azul le quedaba muy linda y que ella contaba las horas para encontrarse a solas con él en un lugar muy íntimo. ‘Anhelo, por fin, perderme en tus brazos velludos, calmar mi sed con tu manantial', era uno de los últimos mensajes; por lo que Juvenal olvidó se entregó a vivir ese romance telefónico con la esperanza de que pronto se hiciera realidad. Hizo un inventario de las vecinas y concluyó que toditas estaban buenonas, pero le pareció que la del enamoramiento por celular era Ruth, la que vivía dos casas después de la de él, y que estaba afuera esa mañana cuando él se bajó a revisar una llanta. Acordaron la cita, el gran encuentro, y Juvenal se ‘cuidó', una semana antes suspendió toda actividad sexual en el hogar, para estar en forma. ‘Estoy con el estómago jodido', le dijo a Leticia la noche anterior cuando ella le preguntó por qué no le daba lo suyo. ‘Excusas, seguro andas con otra', dijo ella y él solamente hizo un gesto rabioso. Se levantó muy temprano el día de la cita y llegó puntual, pero pasaron las horas y Ruth no apareció, furioso regresó a reclamarle. No pudo con su rabia y le gritó un par de lisuras; la mujer pegó el grito al cielo y llamó al marido para que viniera a poner orden. Juvenal mostró los mensajes, pero el esposo de Ruth se mantuvo firme y convencido de la inocencia de su mujer. El lerelere llegó a oídos de Leticia, que se presentó en la casa de la discordia a frentear a su marido con la evidencia del teléfono del cual salían todos los mensajes. Fue un barullo de los grandes, el marido de Ruth llamó a los policías, y acusó a Juvenal de irrumpir en su hogar y a Leticia por poner en tela de duda la honorabilidad de su mujer con esos mensajes que comprometían a todas las damas del vecindario.
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Proverbio: No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista.
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Refrán: A todo puerco gordo le llega su ‘san Martín'.