En cuarentena

José no imaginaba lo que le esperaba a su salida del hospital.
  • martes 17 de marzo de 2020 - 12:00 AM

José no imaginaba lo que le esperaba a su salida del hospital.

Recuerdan que la esposa fue hasta el ministerio y le armó una trifulca a la secre y a plena hora de entrada de los funcionarios que se quedaban atónitos de escuchar a la doña hablar con palabras de alto calibre a la más bella de las empleadas de la entidad.

Y fue, precisamente, a raíz de ese lío que el don se desmayó o se hizo el desmayao para salir bien librado del asunto. Los videos de la cocoa se hicieron virales. Muchas féminas le daban la razón a la doña por defender lo suyo. Los varones, por su parte, se solidarizaban con la secre y le dejaban mensajes de amor.

El trío amoroso estuvo rodando en las redes por varias semanas. Lo que no tardó mucho fue la sanción que le puso el jefe a la pareja de tórtolos. Dos semanas de suspensión sin salario.

José, durante ese periodo, fue obligado a realizar todas las tareas domésticas. Barrer, trapear, cocinar, fregar los trastes, ir a comprar los víveres, tender la ropa y recogerla. La esposa, quien ordenaba todo aquello, pasaba el tiempo viendo las novelas coreanas que tanto le gustan.

Por el lado de la secre, no la estaba pasando tan bien. En primer lugar, de dónde sacar chen chen para los gastos de esa quincena que la mandaron para casita. Y en tiempos de cuarentena. Ni siquiera se atrevía a escribirle al don para que le mandará algo.

Pensando en alternativas, a la secre se le ocurrió esperar al don en la entrada del edificio donde se celebran las reuniones de la junta directiva. A un conocido que ruleteaba le pidió que le hiciera la carrera y le pagaría en la tarde.

Durante el camino, la dama le contó cada una de las penas que la agobiaban al palanca que en solidaridad bajó el volumen de la música que salía de la radio. Como no había estacionamientos, quedaron en que regresaría por ella en media hora.

Para mala suerte de ella, en la casa de José las aguas amanecieron turbulentas. La esposa se empecinó en acompañarlo a la reunión y esperarlo en la sala de espera. Ojo que Juan no sabía nada del plan de la secre.

Se bajaron del taxi y en silencio caminaron hasta el lobby del edificio.

La secre, sentada en una de las sillas del lobby, atraía todas las miradas de los que pasaban a realizar los trámites. Y los funcionarios, descaradamente la miraban con hambre de semanas.

Lo que se vino apenas el don le abrió la puerta a la esposa para que lo esperaba en el lobby fue casi como un final de novela: ahora, la que tuvieron que sacar en ambulancia fue a la doña mientras la secre, más rápida que ligera, se mandó a perder.

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