- domingo 11 de septiembre de 2016 - 12:00 AM
Norelys gritó ¡¡¡¡guácala!!!! y fingió que quería vomitar. Tello guardó su arma, avergonzado, resignado y vuelta leña su alma de esposo fiel. Llevaba casi dos meses su mujer en esa vaina, negándoselo los únicos días que, por mandato de ella, tenía él derecho a ‘cogérsela'. Al casarse, la bella estipuló que solo se lo daría los días de tres sílabas, o sea, sábado, domingo y miércoles, lo contrario a lo que soñaba Tello, quien quería que el calendario incluyera los días terminados en s.
‘Ese pito está hediondo, no lo soporto, me da asco, me revuelve el estómago', llevaba ratito la hembra con ese pregón, por lo que Tello buscó orientación y la familia le sugirió que la llevara al psicólogo, que podría deberse a algún percance sufrido en la niñez, y solo un profesional bien estudiado traería el alivio. ‘Recuerde que el sexo trabaja con la mente, si esa anda loqueando, la de abajo se tildea, así que deje de darle tanto té de balsamina y llévesela a un loquero, que ese sí sabe andarle la mente y se la devuelve calientona', le dijo la familia, y le tocó a Tello sacar los ahorros para pagar una consulta de esas caras. No quiso llevarla a clínicas populares, se tiró por todo lo alto con la esperanza de que mientras más cara la consulta más expedita la curación de su mujer, a la que acompañó a la primera cita. Le tocó a él responder las preguntas del psicólogo porque Norelys enmudeció apenas vio al hombre con su bata blanca. ‘Déjeme a solas con ella', pidió el especialista, y le tocó al pobre hombre salir. Fue angustiosa la espera. Tras una hora, Norelys salió y avanzó a pasos de jamaiquina sin contestarle lo que él le preguntaba; veloz se metió al carro, donde Tello le acarició, apenas con la yema del pulgar, el seno izquierdo, y ella le gritó furiosa ‘dijo el psicólogo que no puedes tocarme hasta que él dé la orden'. La receta del loquero le supo feo, y regresó iracundo a los consultorios dispuesto a reclamarle al infeliz que se metía en su intimidad conyugal. La aureola de santidad que algunos decían verle desapareció por completo, y en medio de palabras cargadas de amenazas llegó al décimo piso, donde se enfrentó en un combate cuerpo a cuerpo con la puerta del consultorio del psicólogo, pero ganó la puerta, que se mantuvo firme y ni trastabilló ante las patadas de obrero embellacado que le lanzó Tello hasta que vinieron dos morenazos de la seguridad y lo aquietaron. Cuando se tranquilizó, tres horas después, le ordenaron que saliera del edificio y el hombre subió a su carro cabizbajo, ya sin rabia, ahora un dolor profundo dominaba su alma. Era la sospecha de que había otro, que era mentira que su pito hedía y que eso le provocaba tal asco a Norelys obligándola a negárselo.
Con el corazón a punto de llorar llegó a su hogar, donde comprobó que su presentimiento estaba justificado. Norelys había recogido a millón su ropa y sus zapatos y había puesto tierra de por medio. La llamó al celular y le contestó un hombre: ‘Ahora Norelys es mi mujer, no intentes joderla ni joderme que yo sí sé manejar el filo y el plomo y no me hiede el pito', dijo aquel. La confirmación de su presagio lo encamó por una semana. Al término del ‘luto conyugal' se levantó decidido a visitar al psicólogo. Pagó otra consulta, y aunque el hombre no lo reconoció enseguida sí recordó el caso cuando Tello se lo contó entre lágrimas. Tras escucharlo media hora, el especialista afirmó: ‘Desde que usted me habló del mal de su mujer supe que había otro, por eso me quedé a solas con ella, quien me dijo que todo está bien, que ella sí siente muchas ganas de hacerlo, pero con el otro. Lo del falo hediondo fue una excusa barata y cruel, resígnese y aprenda la lección: toda la que lo niega es porque otro tiene'.
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Hedentina: Guarda ese pito, me revuelve el estómago.
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Restricciones: Cuca solo tres veces por semana.