El juegavivo

Luis siempre se la quiso pasar de listo, parecía haber nacido con ese gen; en la escuela lo consideraban el terror, no solo porque se ag...
  • lunes 19 de septiembre de 2011 - 12:00 AM

Luis siempre se la quiso pasar de listo, parecía haber nacido con ese gen; en la escuela lo consideraban el terror, no solo porque se agarraba los útiles de sus compañeritos, sino porque también le gustaba convidar a los otros a recabuchar a las niñitas que iban al baño o a cambiarse para la clase de Salud física y mental. En la adolescencia conoció a un verdulero que para ayudarlo le dio un trabajito sencillo por el que le pagaba bien, pero como había que empezar de madrugada, se lo llevaba a dormir a su casa, nunca se supo cómo hizo para burlar la férrea vigilancia del patrón y golosearle a una de las hijas, que, afortunadamente, recién había obtenido la mayoría de edad, por lo que no pudieron procesarlo legalmente, aunque sí perdió la chambita y, lo que fue peor, se le abrió el apetito sexual y ya no tuvo en su mente más que pensar en cómo encontraba con quién hacerlo, y hacerlo bien decía él, que aún ignoraba que la sexualidad es un mundo tan vasto y variado que nadie puede decir que lo conoce todo o que sí lo sabe hacer bien.

Eso sí, Luis no andaba con cuentos para elegir pareja, nada de prototipos, él decía: ‘que sea mujer’. Su pregón lo había copiado de un programa televisivo: lo que sea, pa’la paila. Ni medidas ni caras bellas ni colores de piel ni de ojos.

Por eso en su historial podía encontrarse una variedad de fenotipos: cholitas, negritas, fulitas reales y de farmacia, chinas, indostanas, zambas e indígenas. ‘Vulva es vulva’, decía a menudo.

Pero a sus 36 años, por ese desorden y juegavivo que siempre lo caracterizó, ya tenía 13 hijos menores de edad, y como nunca cumplía con la pensión le soplaron que no saliera a la calle porque con el ‘Pele Police’, sí que no iba a tener escapatoria.

Fue cuando se le ocurrió ir a hablar con un médico e inventarle una serie de dolencias por lo que el galeno movió la cabeza de un lado a otro y le ordenó unos exámenes urgentes.

¿Cuánto tiempo, doctor?, preguntaba extrañado aún del resultado de los exámenes.

‘No puedo precisar’, dijo el especialista.

Salió desconsolado, pero más tarde, sentado cómodamente en el Metrobús, y ‘listo’ como siempre, miró la parte buena de la mala noticia, ahora sí podría salir tranquilo y desligarse por completo de sus compromisos de pensión alimenticia porque a ningún enfermo de muerte se le puede exigir que cumpla.

Sacó un préstamo cuantioso y se mudó de barrio. Aparte de eso tomó la firme decisión de no asistir a ningún tratamiento, porque no tenía sentido, pensaba él, si de todos modos esa enfermedad me va a llevar a la tumba.

Quería que la muerte lo encontrara en una cama, pero no solo, quería que se lo llevara justo cuando él estuviera en compañía de una mujer y en plena acción.

Comprándose ropa cara andaba, porque según él, aunque fuera en sus últimos días se daría el lujo de ponerse unos buenos trapitos, cuando conoció a Keshmer, una morenona mucho más alta que él, robusta y de voz dulce con la que enseguida entró en amistad.

Una amistad tan profunda que dos horas más tarde entraban a un sitio semilujoso donde pudieron contemplarse, lamerse, darse mil besos y donde ella tuvo por fin la dicha de hacer realidad su única fantasía que no había podido cumplir: tener un coito de pie y con un hombre más chiquito que ella.

En ese afán estaban, él trepado en una banqueta que por suerte estaba en la habitación, sometidos a todo lo que Lujuria les dictaba, cuando ella recordó que ya era hora de recoger a sus hijos. La urgencia les disparó tanta adrenalina que ambos terminaron explosivamente y satisfechos a plenitud. Tras darse un baño mutuo, salieron contentos y planificando otro encuentro.

Casi de frente fue el encontronazo, de una puerta lateral salía otra pareja, Luis el ‘juegavivo’ solo sintió el trompón y como lo agarraron desprevenido no pudo reaccionar enseguida. Se levantó dispuesto a atacar cuando el hombre le dijo: ¿Usted?

Era el doctor, a quien su ética le impidió seguir golpeando a ese pobre hombre que padecía una enfermedad incurable.

Keshmer y la mujer que estaba con el doctor, su marido, se enfrentaron en una pelea tan descomunal que el pleno del departamento de seguridad tuvo que apersonarse a separarlas, mientras, el doctor y el enfermo se habían ‘esfumado’.

Los meses pasan y aunque Luis no asiste a ningún tratamiento ni toma ninguna medicina, sigue vivo y sin ningún problema de salud.

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