El fantasma

Es mejor casarse con la que más nos quiere que con la que amamos, porque esa puede seguir enamorada del ex
  • jueves 07 de julio de 2016 - 12:00 AM

Es mejor casarse con la que más nos quiere que con la que amamos, porque esa puede seguir enamorada del ex y nos tocará lidiar con el fantasma, o sea ese que sigue en la mente de ella. Abilio vivía malhumorado porque su mujer, la sensual Noemí, a menudo cantaba con un sentimiento que a él lo ponía celosísimo. Una tarde no aguantó más y la cortó en mitad de la canción con un grito destemplado: cállate, a quién ch… le cantas eso, seguro estoy de que no es a mí'.

‘Fíjate bien cómo me hablas, si tan inseguro estás por qué sigues a mi lado, pruébame que tengo otro, pruébamelo si eres tan machito', le contestaba ella con el único fin de herirle el amor propio. La estrategia le resultaba, porque como la mente del enamorado no analiza, Abilio terminaba pidiendo perdón por haberla ofendido, y ella le daba el abrazo del Judas.

Los compañeros de trabajo le aconsejaban que anduviera ojo al Cristo, que la mujer habilidosa sabe muchas tretas para despistar al marido celoso, sobre todo cuando el de la casa no es el hombre de sus sueños, el que la humedece solo con recordarlo. Uno le aseguró que la ex le sacaba el cuerpo cada vez que él le pedía saladito, y si él le pedía un poquito de sexo oral, ella le contestaba ‘no seas tan puerco, cómo se te ocurre que yo me voy a llevar esa porquería a la boca', y que luego descubrió en el celular que al otro sí se lo hacía. Otro, con varias heridas femeninas en el corazón, le dijo que le aplicara a Noemí la prueba de fuego, que con esa se da cuenta un marido si es o no es el mero macho de su mujer.

‘Pídale una hora de oro, sesenta minutos pegada allá abajo, y que lo deje estar media hora en la ruta prohibida, si se niega es porque usted no es el hombre de su vida', le dijeron a Abilio, quien esperó su cumpleaños para pedirle ese regalo a su mujer, quien ahora se quedaba mirando el techo fijamente mientras él trataba de satisfacerse casi que solito. Otras veces clavaba la vista en la pared y se quedaba congeladita, ni un gemidito ni una caricia, nada. ‘Esto es como hacerlo con una muerta', le gritó Abilio, pero ella tardó en reaccionar. ‘¿Qué dijiste?', le preguntó Noemí varias veces mientras su marido repetía ‘estás como ida'. La dama contestó al cabo de unos minutos ‘tómalo o déjalo'. Abilio prefirió dejarlo allí porque ya se iba cabreando del comportamiento de ella en la intimidad y por la manía de pasarse ratos pensativa o melancólica si llovía mucho o si había muchos días soleados.

‘Quiero que bajes y te quedes allá un buen rato y también quiero el pequeñito', le dijo a primera hora del día del cumpleaños. La mujer se quitó la sábana, se levantó y lo miró como si él hubiera perdido la razón; ‘primero muerta que darte esos regalos', le dijo sin dejar de mirarlo como a un demente. Rabioso, celoso, humillado y desesperado intentó forzarla, y recibió uña, diente y puñetazos. Se dio cuenta de que no lograría nada cuando la vio con un puñal en la mano para defenderse a punta de filo. La rabia se le disparó cuando vio su rostro en el espejo, parecía que había peleado con todos los gatos del vecindario, fue a la cocina a buscar un arma para desahogar la ira, pero cuando regresó ya Noemí no estaba. La halló en la casa vecina, adonde no lo dejaron entrar. ‘Y no intente meterse por la fuerza, que ya yo llamé a la Policía', le dijo la dueña de la vivienda. Meses más tarde supo que Noemí se había unido con un viudo, que había sido su amante. Quiso morirse, pero su instinto no lo dejó, y ahora comenta sereno que no hay peor error que casarse con la que está enamorada de otro…

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Exigente: Sabes bien qué es lo que quiero.

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Alerta: Ojo si ella se queda mirando el techo o la pared mientras lo hacen.

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