El extorsionador

‘J o, yo me vine juyendo porque mi tío taba esnudito con ganas de jartarse a la mujer’, dijo el niño en su inocencia infinita y en su le...
  • sábado 24 de noviembre de 2012 - 12:00 AM

‘J o, yo me vine juyendo porque mi tío taba esnudito con ganas de jartarse a la mujer’, dijo el niño en su inocencia infinita y en su lenguaje de adentro, muy adentro. Ana lo escuchó sonreída y lo invitó a que pasara a ver televisión. Mientras el chiquillo miraba concentrado la pantalla, ella empezó a sentir envidia de la mujer del tío del muchacho.

‘Dichosa ella que su marido aún la desea’, pensó y sus ojos se llenaron de lágrimas que el niño no vio, pero que ella supo que eran por los quince años de frío que llevaba, castigo que le impuso Alberto, su pareja, desde la tarde en la que le encontró un calzoncillo de adulto en la cartera, pieza que ella no supo explicar cómo había llegado allí. Y pese a los años y a lo mucho que investigó en la oficina, nunca había podido saber quién lo puso en su bolso.

‘No me voy de la casa porque yo la construí con mi hp plata, pero me quedo para joderte, o te vas o te quedas, pero jamás vuelvo a tocarte y si me entero de que andas con otro se lo digo todo a nuestra hija’, le dijo Alberto esa tarde y lo había cumplido.

Al rato, el niño se levantó y dijo: ‘Me voy, seguro que ya mi tío terminó de jartarse a la mujer y ya puedo entrar a la casa’. Y salió corriendo con los pies desnudos por la calle pedregosa, ignorante de que Ana quedaba hecha un mar de ansiedad y de deseos de hombre.

En eso pasó el hindú con su eterna venta de inciensos y sábanas, pero no le gustaban esos caballeros por su olor.

Estaba, ansiosa, pero callada, mirando sus plantas cuando llegó un hombre de cara dura anunciándose como Pablo, técnico de lavadoras.

La mía está dañada desde hace quince años, le dijo al hombre, quien sonrió y contestó que él era especialista en modelos viejos. ¿Pero restriega o tuerce?, preguntó el técnico.

Ni una cosa ni la otra, le contestó Ana y le tomó la mano para que el hombre palpara a ‘la enferma’.

Fue en ese instante que Pablo comprendió qué servicio quería la mujer.

Y enseguida surgió su espíritu malo. Y entró con ella a la recámara, donde Ana comprendió que tenía razón su tía Camila, quien decía que es en la cama donde se pone a prueba al que es y al que no es. Y el técnico, definitivamente, no era. Lo único llamativo que tenía era un lunar en forma de estrella en el glúteo izquierdo, el cual ella fotografió dizque para quedarse con un recuerdo del visitante, a quien mandó a bañarse y a irse enseguida.

Pablo iba a pedirle plata, pero en una fracción de segundo armó un plan y se fue cuando ella se negó a darle el número del celular.

Regresó al día siguiente a exigirle una fuerte suma de dinero. ‘O me das esa plata o le digo a tu marido lo que hubo entre tú y yo aquí mismo’, la amenazó.

Llevaba más de media hora exigiéndole la plata, pese a que Ana le aseguraba que ella no tenía dinero y menos 500 dólares que él exigía a cambio de su silencio.

‘Lárgate que mi marido no tarda en llegar’, le dijo ella para asustarlo, pero Pablo insistió en que le daba la plata esa o esperaba al marido para ponerlo al corriente.

‘Hazlo y yo le mando a tu mujer la foto de tu trasero, para que vea en qué andas tú’. Pablo se puso colérico y la jamaqueó para que le buscara el celular.

Y como ella no le decía dónde estaba el aparato, él empezó a buscar por toda la casa, a revolver las cosas y a hurgar hasta debajo de las camas.

Tuvo Ana la suerte de que pasaban unos policías, quienes hallaron a Pablo en plena faena, virando sillones y cojines mientras gritaba insultos en contra de Ana.

Se lo llevaron enseguida y tuvo que callarse la boca, porque sabía que Ana tenía un recurso poderoso para defenderse.