El estudiante
- jueves 17 de noviembre de 2016 - 12:00 AM
Amaranta quería asegurarse cama calientita, por lo que no tuvo reparos en ‘comprarse' un maridillo que calmara sus ardores nocturnos. El elegido fue Robustiano, quien vino de El Chirriscazo a buscar un trabajo más suave que arrancarle frutos a la dura tierra, pero no halló nada. En todas partes le pedían la hoja de vida, que aparecía peladita porque el interiorano apenas había terminado la primaria; fue tanta la desilusión que el campesino cogió rumbo a buscar un transporte de regreso. Allá lo alcanzó Amaranta y se lo trajo para su casa con la promesa de ‘ayudarlo'. Pero como solo había una cama tuvieron que compartirla. ‘Tú pones la cabeza para allá y yo para acá', le dijo coquetamente mientras el campesino le miraba arrobado los senos descomunales. Amanecieron con las cabezas juntitas y a la noche siguiente no hubo protocolo. Se acostaron como marido y mujer, y siguieron así hasta que a ella se le enredaron las cuentas y lo mandó a buscar trabajo en los proyectos de construcción. Lo contrataron enseguida, porque la corpulencia del interiorano fue su mejor carta de presentación.
No duró mucho el campesino en las faenas obreras, porque una tía le metió cuento a Amaranta sobre los ‘peligros' que acechan a los que trabajan en esos proyectos. ‘Allí llegan mujeres muy buenonas a ver qué o a quién pescan, esas gatas son expertas engatusando a los obreros, porque saben que ganan bien y que se vuelven locos con unas tetas gordas o un trasero grandote', le aseguró la pariente, dejando a Amaranta perdida en un mar de miedo. No se imaginaba la vida sin su Robustiano, quien, a pesar de ser un campesino, tenía en la cabecita un manual completito de técnicas sexuales. Le pidió que dejara el trabajo con el argumento de que el olor a cemento le provocaba esa sinusitis que no los dejaba gozar a plenitud la cama conyugal. El hombre se opuso y mencionó que le gustaba el ambiente de trabajo, que la pasaba bien con sus compañeros, que eran ellos los que lo aconsejaban sobre el desempeño íntimo y otras ideas. La defensa, en lugar de ayudarlo, lo hundió, porque la mente femenina procesó un sinfín de situaciones de queme que no le dejaron otra opción que prohibirle volver al trabajo.
‘Vas a estudiar, mañana mismo te matricularé en una escuela nocturna, para que saques tu bachillerato y de ahí a la universidad', ordenó Amaranta y dos días después, Robustiano cambió el concreto por las aulas, adonde pegó apenas llegó bien vestido y perfumado, porque su mujercita lo equipó como a un colegial. Tras las primeras clases, la mujer le quitó el celular, cansada de la insistencia de las compañeras que a toda hora querían comunicarse con él. Tuvo dos encontrones con Wendy, a quien le contestó una llamada. ‘¿Quién habla, la mamá de ‘Robus'?', preguntó aquella. Amaranta entró en histeria y le gritó: ‘Qué mamá del coñazo, y no le digas ‘Robus', llámalo por su nombre completo, entérate de que yo soy su mujer, su esposa con papeles y todo'. El olor a peligro la dejó indecisa entre retirarlo de la escuela o enfrentar la situación. ‘Vaya a defender y a cuidar lo suyo', le aconsejó la tía, y al colegio llegó Amaranta dispuesta a ubicar a cualquier pelá con intenciones de quitarle a su marido, a quien halló cabeza con cabeza en un rinconcito del salón, donde había varias parejitas, todas, aparentemente, repasando las lecciones de Español. Se les acercó sigilosa y de un manotazo los separó. La amiguita de Robustiano, la tal Wendy, se cuadró enseguida y le gritó: No es lo que usted se imagina, señora, su hijo no entiende las palabras agudas y yo le estoy explicando.
Dos bofetadas de Amaranta la sorprendieron, pero cuando Wendy salió del estupor, la conectó de lo lindo y la dejó en el piso. Robustiano se quedó sin casa esa noche, pero enseguida consiguió albergue en la vivienda de Wendy. Una prueba más de que los hombres ya no alcanzan.