Domingo lujurioso

Tarifa: $25 solo por alquilártelo, con ‘muebles' sube un montón.
  • domingo 10 de julio de 2016 - 12:00 AM

El domingo es el día de la lujuria, algunos quieren sacarse el cansancio de la semana y los que amanecen durmiendo se despiertan arrechones y si hay mujer al lado, ni pensar en negarse a disfrutarla. Olegario amaneció con los apuros del vientre, llevaba meses en completa orfandad porque las mujeres se han puesto duras y ya ninguna lo suelta por poco chimbilín, todas quieren de 25 panchos para arriba y esa tarifa solo contempla lo rutinario. ‘Eso es solo por el alquiler, si quiere muebles u otro detalle el precio sube, y sube bastante', le dijo Yira cuando él le preguntó cuánto cobraba por un poco de cariño. La mujer primero le echó una retahíla referente a que el cariño no se vende ni se compra, que cuando este aflora nadie piensa en dinero porque el sentimiento paga, y paga al contado, que ella no era vendedora de ilusiones, sino de placeres. ‘¿Cuánto cobra por el placer, entonces?', le preguntó Oldemar medio cabreadito, porque lo que él sentía era muchas ganas de mujer recién lavada con suficiente jabón, eso de los sentimientos le importaba medio coño, porque nunca había creído en el amor de las mujeres.

‘Serían 25 considerando que usted es jubilado, pero eso solo incluye, usted sabe', le dijo Yira mientras con los dedos imitaba entrar y sacar. ‘Un momento, Yira, yo no soy jubilado, yo apenas entré ayer en los cincuenta, además, aparento mucho menos, así que me vas bajando ese tono compasivo que tú no eres ninguna pelá, tú sí tienes cara de jubilada', le contestó Oldemar con el rostro alterado por la rabia de oír que le decían jubilado. ‘Jubiladas serán tu madre, tu abuela y todas tus tías', siguió Yira, por lo que sacó de casillas al pretendiente, que se fue rezongando en contra de las mujeres viejas que quieren disimularlo llamando tío a otro de su misma edad. Llegó a su cuarto y comprobó que ahora estaba peor que cuando salió. Pensó: Salí arrecho, ahora regreso bravo y arrecho, todo esto me pasa por no haber cuidado mi hogar, si me hubiera portado bien, mi mujer no me habría dejado, ahora estaríamos tranquilos comiéndonos cada vez que me dieran ganas.

Pero como a nadie se le quitan las ganas con pensamientos de arrepentimiento, el deseo se avivó cuando pasó Celina, ataviada con poca ropa, con su venta dominical de rifas de platones de comida. ‘Andas más desnuda que vestida', la saludó Oldemar, y ella le respondió lujuriosa ‘es que lo que se ve no se esconde, sí o no, tío'. Quiso responderle una grosería por llamarlo tío, pero en lugar de eso le dio una nalgada diciéndole ‘tapa esas rocas que mira cómo me ponen'. La mujer le miró el miembro erecto a punto de romperle el bermudas, y se acercó suavemente, lo tocó y añadió ‘esta vaina hay que comérsela ahora mismo, porque pa'después se daña'. A Oldemar se le olvidó por completo que Celina le había dicho viejo y cerró la puerta de su cucurucho. Con las fuerzas que aún le quedaban la trepó a la mesa donde él comía sus alimentos y le quitó el diminuto pantalón, llevándose la sorpresa de que no había nada de ropa debajo. Celina no era mujer que requiriera calentamiento, así que le gritó bajito ‘dale rápido, tío, que cuidado se baja esa vaina y quién la levanta de nuevo'. Oldemar tuvo que tragarse la rabia porque lo llamaran tío, y no le reclamó, al contrario, se le abalanzó con la urgencia de tantas ganas reprimidas, pero no duró mucho, porque hombre hambriento no puede ver tanta comida junta, y enseguida se volvió aguas. ¿Ese era el apuro, tío?, le dijo Celina.

‘¿Cuánto te debo?', preguntó Oldemar avergonzado. ‘Deje esa vaina, tío, si fue un polvo de gallo, qué le voy a cobrar por eso, que me pague la vida cuando yo esté vieja, y me ponga enfrente algún pelaíto sabrosón que quiera cogerme sin cobrarme ni medio centavo'.

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Tarifa: $25 solo por alquilártelo, con ‘muebles' sube un montón.

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Caritativa: No es nada, tío, si solo fue un polvito de gallo.

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