Dímelo

Fue dura la reacción de la amante, con una retahíla de palabras soeces lo paró
  • viernes 14 de octubre de 2016 - 12:00 AM

Antonio se dejó envolver por las maneras amables de Brenda. Ni cuenta se dio cuando quedó metido debajo de la pata de los caballos. Ahora salía con ella diariamente y sentía que había vuelto a nacer, el día se le iba con una sonrisa de oreja a oreja, ‘la sonrisa de los recién enamorados'. Pero la dicha se le fue enfriando una tarde en la que Brenda le preguntó, de repente, ‘cómo se llama ella, quiero el nombre y el apellido'. Le tocó a Antonio quitar la mano de la cuca de su amante. Sorprendido, le contestó: ‘Eso no se le pregunta a nadie'.

Fue dura la reacción de la amante, con una retahíla de palabras soeces lo paró, y luego le advirtió que si no le decía el nombre completo fuera pensado en no volver a estar con ella. ‘Pero eso no es de tu incumbencia, cómo se te ocurre preguntar esa vaina', dijo Antonio con un hilito de voz. ‘Porque tengo de-re-cho a, mínimo, saber el nombre de mi enemiga, de mi rival, es bueno saber siempre dónde está y qué hace el enemigo, y cuál es tu vaina conmigo, por qué no me lo dices, o es que piensas que yo soy alguna loca que la va a atacar, estoy segura de que si ella te descubre y pregunta mi nombre, ahí sí lo cantarías enseguida, etc.', gritó Brenda, totalmente descompuesta.

La persecución de la amante exigiendo el nombre de la esposa de Antonio también se extendía al celular, de manera que le tocó al infiel apagarlo apenas llegaba a su hogar para evitar el acoso. Algunos le aconsejaron que la dejara, pero Antonio estaba demasiado goloso con esa cuca y no podía. ‘Quería, pero no podía', y se fue así, apagando el teléfono hasta una noche en la que su madre lo puso en evidencia; la doñita llamó al celular de Viola con la excusa de que el celular del hijo sonaba apagado. El corazón de Antonio dio tres vueltas y le pareció al dueño que se le detendría cuando vio a Viola levantarse y revisarle su celular.

¿¿¿¿¿¿¿POR QUÉ LO APAGASTE??????????, gritó la esposa y armó el teatro de siempre. Varias preguntas al hilo, atropelladas, acorralaron a Antonio, a quien un destello de suerte lo alumbró y se defendió acusando a los primos y hermanos que pasan el día entero wasapeando y luego reclaman si él los deja en visto. ‘Yo no tengo tiempo para pasar pegado al teléfono, además, les tengo miedo a esos males nuevos que vienen del uso constante del celular y de la computadora, imagínate que se me engarroten los dedos, cómo voy a trabajar, mi trabajo requiere precisión manual, soy un hombre muerto si los dedos o el brazo se me afectan', argumentó Antonio con una cara de víctima que hubiera envidiado el mismo ‘Trespatines'.

Viola pareció convencida, y le dijo a su marido que ella solucionaría ese problema del ‘acoso' telefónico de los familiares. ‘Ya verás lo que les voy a escribir yo apenas empiecen con la jodedera', dijo la esposa, y a la noche siguiente se aseguró de que el celular estaba encendido. Y con una cara de madrastra malvada lo puso en la mesita de noche mientras el pobre marido le rogaba a san Cachondo que por Panamá pasara aunque fuera la colita de uno de esos huracanes, o nos tocara un sismo de esos que asustan, pero no matan. ‘Y que ese maldito celular se fuera al piso y que su mujer se asustara y olvidara la presión sobre el aparatito de todas sus culpas', era lo que pensaba Antonio, pero la noche seguía sin novedad. No pudo ni responderle a su mujer, el terror al sonido del wasap lo dominaba. Finalmente, ganó ella y ya estaban a un tris de consumar el coito cuando el detestable ruidillo llegó. Viola se incorporó y lo obligó a desbloquearle el aparato. Temblando, Antonio se autosentenció. ‘Dime cómo se llama esa cabrona', leyó Viola y el calvario empezó en ese momento para el infiel Antonio.

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