Lo dejaron en tierra

Rufino pasaba unas diez horas ruleteando. En ese lapso, solo hacía solo las pausas necesarias. 
  • lunes 02 de marzo de 2020 - 12:00 AM

Rufino pasaba unas diez horas ruleteando. En ese lapso, solo hacía solo las pausas necesarias. Uno de aquellos días, llevó a una dama, de unos treinta y pocos, que lo dejó prendado. Fue tanto el impacto que la exoneró del pago y hasta se ofreció a llevarla y traerla las veces que ella necesitara un transporte. El carro de Rufino no era de él, pero disponía las 24 horas del vehículo.

La dama le siguió chateando, para que la llevara a los mandaos que le salían a diario. Ya a este punto sabían, los dos, de qué lado amarraban los caballos, ella era madre soltera de un niño en edad escolar y Rufino dijo que su mujer lo había dejado para irse con otro.

A principios de febrero, la pareja hizo su primera salida. Comenzaron con un paseo al final de la tarde por la cinta costera. Rufino dejó el carro cerca de la Contraloría y se fueron caminando hasta la parte de arriba. Miraban los barcos, el mar, los pájaros aterrizar en el agua, los niños caminando y los vendedores de chécheres: una postal nada desconocida en cualquier punto de la ciudad.

Sin proponérselo, quedaron sentados en los quioscos de venta de pintas y de ceviches. El ruido de la música era alto, tan alto que había que gritar para conversar. A Rufino esto le favorecía porque se inclinaba para hablarle al oído a Celestina, así le dijo la dama que se llamaba. Él pidió un partes pintas y ella no se quedó atrás. Para picar, él pidió un ceviche para ponerse a tono, por si las moscas, y ella un ceviche con helado. A Rufino le pareció que eso la mandaría derechito al baño, pero nada. Pidió un refill de este manjar.

La noche se desplomó cansinamente sobre la bahía y las luces de colores comenzaron a darle un tono sucio a la velada. La pareja habló de los problemas sociales que están acabando con la sociedad y de los incrementos en el costo de los útiles escolares. Libros de hasta 60 palos que le rompen el bolsillo a más de cuatro.

Para el carnaval, Rufino le prometió a la dama que la llevaría a su pueblo, Chitra, en la provincia de Veraguas. Hablaron largo y tendido de los preparativos. El viernes de Carnaval sería la primera vez que él conocería el cuarto donde ella vive. Cuando la llevaba y la recogía, siempre le pedía que la dejara en el súper que necesitaba unas cositas de +última hora. Rufino se fue haciendo unos planes grandes en su mente. Se lo pensaba mejor que una luna de miel. El viernes esperó tres horas en el sitio donde quedaron de verse y nada.

Tenía el maletero repleto de bolsas y maletines. El equipaje de ella lo pondría en el asiento de atrás, total, era un viaje solo para dos. El niño ella lo dejaba con una hermana. Eso fue lo que conversaron. Rufino le escribió cientos de mensajes y ninguna respuesta. Ni el ganchito azul le salía. Se le vinieron miles de cosas a la cabeza: que si le había robado el cel, que si algo malo le pasó, con lo desataos que andan los vándalos, que si alguna urgencia con el niño. El mundo se le derrumbaba a sus pies y él no sabía qué hacer. Ya era casi mediodía cuando hizo un par de carreras para despejarse la mente de esas espinas malignas que lo estaban chuceando. En la noche, le contó la sopa al vecino que se cree todo un Walter Mercado. Compadre, a usted lo que le falta es calle, le dijo Walter. Y Rufino no supo si pegarle o romper a llorar. El maletero estaba full de equipaje.