Déjame en paz

Cuando el padre escuchó la defensa de Jaime, le pidió a su mujer que se fueran enseguida, y le gritó: ‘La misma mala costumbre que tuviste siempre tú la heredó Abigail
  • viernes 11 de mayo de 2018 - 12:00 AM

Abigail contó el cuento a su manera: ‘Solo le dije déjame en paz, y se mostroseó hasta pegarme en la cara y en los brazos, estoy muy golpeada'; fue suficiente para que sus padres llamaran a sus tres hermanos y corrieran para la casa de ella dispuestos a cobrarse en el cuerpo de Jaime todos los golpes que este le había propinado a su mujer. Llegaron ruidosamente y así mismo sonaron la puerta, pero Jaime se tomó su tiempo para abrirles, exigiéndoles que tocaran como gente decente o la puerta permanecería cerrada, y tuvieron aquellos que bajar la intensidad.

Dos minutos antes de la llegada del cuerpo policial, abrió Jaime la puerta y le cayeron los cuñados golpeándolo a diestra y siniestra. Fue ese el cuadro que vieron los del orden, y cuando lograron la calma para oír los alegatos, fue cuando la parentela de Abigail se percató de que ella no tenía ninguna señal de la contundencia de los golpes que dijo haber recibido. Sus brazos estaban como siempre, y en la cara nada delataba la supuesta golpiza.

Cuando el padre escuchó la defensa de Jaime, le pidió a su mujer que se fueran enseguida, y le gritó: ‘La misma mala costumbre que tuviste siempre tú la heredó Abigail, quieren tener marido, pero no quieren atenderlo, si no lo quiere que lo deje, y si tiene otro que también lo deje, pero que no siga faltando a sus deberes solo para que la mantengan'. Y se fue el don con su mujer, convencido él de que había sido falso lo dicho por la hija, y que si el yerno le había dado un cafá, ¡bien hecho!, eso y más merecen las mujeres que se les niegan al marido, pero que sí les exigen que traiga la plata para todo.

Los hijos quisieron imitarlo, pero Jaime los acusó de haberlo golpeado en su propia casa, y los policías que testificaron la agresión se los llevaron enseguida acusados por el cuñado; fue en el camino de regreso que se les complicó la situación a los padres de Abigail, porque el don le dijo a su mujer que venía encarada: ‘Alabo a Jaime que tuvo carácter para darle su pescozón a Abigail, eso mismo debí haber hecho contigo, treinta años negándomelo, y ese mismo tiempo pasé yo trabajando como un burro para que a ustedes no les faltara nada, y en la noche, cuando te pedía saladito, me salías con la grosería ‘déjame en paz', si pudiera retroceder el tiempo te pegaría en la boca y te la partiría en cuatro, a mí no me despiertes nunca más para contarme los problemas de Abigail, varias veces le dijimos que no se casara con Jaime, que diez años le lleva, y cambia esa cara que aquí no ha pasado nada, y apenas lleguemos a la casa reanudaremos la intimidad, todavía yo puedo, y no se te ocurra negármelo, porque te juro que te rompo la boca', le dijo don Fermín a su mujer, Albania.

Volver a abrir las piernas para otra cosa que no fueran las necesidades funcionales del cuerpo, no estaba en la mente de Albania, quien se encerró en el baño dispuesta a no salir nunca a cumplirle a su viejo marido, que afuera rondaba en espera de ella. ‘Sal o tiro la puerta abajo, vieras lo contundente que está el ‘niño', igualito que cuando lo hicimos la primera vez', gritaba don Fermín, y como su mujer no salía, trajo un martillo y derribó la endeble puerta, encontrándose con una fiera dispuesta a defender con su vida su derecho a no querer intimidad.

Y se enfrentaron, don Fermín diciendo que de ahí no salía ella si no se lo daba, y Albania decidida a matar con tal de no cumplirle el deseo, pero pudo más la fuerza masculina y la gozó ahí, en el baño, solo que la emoción fue tan fuerte que no la resistió su organismo, y cayó el viejo inerte encima del inodoro. ‘Tenía una expresión rara, parecía feliz pero al mismo tiempo cabreado', dijeron quienes lo miraron en el ataúd.

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