Cuarta edad

Fue en el minisúper del barrio donde vio a Carranza, ni muy cerca ni muy lejos de la edad de las vacaciones eternas
  • domingo 18 de junio de 2017 - 12:00 AM

Lila era bárbara debajo de las sábanas. ‘Yo soy de las que se entregan por completo, ahí me olvido de que en el mundo viven otras personas, en ese momento solo existimos él y yo, nadie más, cada acto para mí es como morir un poco, me voy leeeejooos, cierro los ojos, lloro y creo que hasta convulsiono', decía cuando los curiosos le preguntaban los porqués de tantos niños sin padre. ‘Todos tienen su papito, que no se diga que no tienen papá, será un padre irresponsable, pero existe, o es que crees que me los hice con el dedo o por videollamada', repetía Lila.‘Seis pelaos tengo y no me pesan, nunca se han acostado sin comer', comentaba Lila, pero la realidad era que le tocaba fajarse duro para que el día no pasara con la mesa vacía. La competencia, según ella, desleal, de las jovencitas con cuerpos bien trabajados y precios módicos la tenían prácticamente contra las cuerdas, ya ni los de muchos calendarios querían el plato criollo, todos buscaban sabores foráneos con el valor agregado de la juventud, que a ella se le había gastado a la velocidad del rayo por los partos seguidos y la variedad de manducos y de savias que su cuerpo había tenido que aguantar. Fue en el minisúper del barrio donde vio a Carranza, ni muy cerca ni muy lejos de la edad de las vacaciones eternas. El hombre no pudo quitar la mirada de la carta fuerte de Lila: dos tetas de formas rotundas, erguidas a pesar de su tamaño y que ella sabiamente exhibía, ni mucho ni poco.‘La ayudo con el gas', le dijo Carranza, y se fueron calle abajo con el cilindro. No se supo cómo fue la negociación, pero pronto los vieron subir hacia la parada, y la libidinosa del sector comentó ‘que iban a eso, pero que el hombre no tenía efectivo y como recientemente le habían robado la tarjeta, tenían que llegar al mismo banco a retirar el billullo para los gastos del encuentro'.La lengüilarga se calló porque vio a Lila acercarse al dueño del minisúper, a quien le dijo: ‘Si los pelaos vienen a pedirte algo, se lo das, sea golosina o comida, que cuando yo regreso te pago, oíste'. Y se fue, quizás dispuesta a dejar la piel debajo o encima de Carranza, que nunca decía su edad, porque ‘creía' que aparentaba veinte menos, por lo que se le vino el mundo encima cuando el seguridad del banco le dijo: ‘Busca tu fila, tío', y le indicó la de los jubilados. Se volteó enfurecido con el indiscreto y avergonzado con Lila, quien fingió no darse cuenta del percance, porque sabía que a nadie que anda en plan de enamorado le gusta que lo avergüencen de esa manera. ‘Hijo de tu puta madre que te parió', insultó Carranza al seguridad, experto en leer los labios, sobre todo cuando lo insultaban, pero se aguantó la ofensa porque no quería armar problemas con nadie, pues la escobita andaba brava en esos días y a nadie le haría gracia quedar sin empleo a mitad de año.El segundo percance lo sufrió Carranza en la misma caja, porque la dama que lo atendió le ofreció una alcancía: ‘Mire, están en oferta, compre varias para sus nietos'. Carranza la miró con odio, pero la cajera no pareció percatarse, y agregó: ‘Si compra más de una le daré el descuento de viejos'.Fue un completo gancho al hígado para Carranza, no pudo sufrir la vergüenza frente a Lila, y metió la mano por la rendija, le quitó la alcancía a la dama y la tiró al piso diciéndole: ‘Yo no tengo ningún nieto, porque no soy ningún viejo, tú sí debes tener como mil, no sé qué haces trabajando todavía si ya estás en la cuarta edad'. La mujer se llenó de nervios y accionó la alarma, por lo que Carranza tuvo que quedarse un rato detenido, y le dijo a Lila: ‘Olvídese de lo que queríamos hacer, parece que ya estoy muy viejo para esos afanes'.