No comas gritos
- miércoles 16 de noviembre de 2016 - 12:00 AM
Abilio quedó preocupado cuando un compañero dijo que el hombre que nunca le ha provocado un orgasmo a su mujer está en serio peligro de que le pongan cachos. ‘Si usted no logra eso, dé por cierto que ya está en el libro de los cornudos', repetía el amigo. Los que lo oían soltaron sus datos: ‘la señal clara e indiscutible de que uno está llevando a la hembra a otros niveles es que ‘allá adentro lo aprieta y lo suelta, lo aprieta y lo suelta seguidito, te lo succiona seis o siete veces'. Otro dijo que cuando las piernas y los muslos de la bella empiezan a temblar es porque ya el caso está a punto de coronarse; y el tímido expresó que hay que estar ojo al Cristo en cómo reacciona ella después del asunto: que si se levanta corriendo a orinar es porque sí tuvo el orgasmo, pero que si queda con energía para seguir con las labores domésticas se está vendiendo solita, no gozó. ‘Recuerde que ellas quedan cansaditas igual que nosotros, lo contrario es puro cuento'.
Esa misma noche, Abilio le exigió a Rubiela, su mujer, que le dijera cuántos orgasmos había tenido. La esposa dijo que muchos, pero el marido inquisidor no le creyó y le advirtió que a partir de ese día, él estaría atento a los orgasmos de ella. Una vecina aleccionó a Rubiela: ‘No se preocupe, para eso está el teatro, yo llevo treinta años engañando a mi marido con esa vaina de los orgasmos, no tengo ni idea de qué carajo es eso, pero yo le hago creer que sí los tengo, grito, le digo palabras sucias, le halo las orejas, le muerdo los brazos y le digo que quedo mareadita, y cuando quiero que él termine pronto empiezo con los gritos, esos gritos míos lo vuelven loco y lo suelta rápido'. Rubiela puso en práctica las lecciones esa misma noche, apenas lo sintió ‘apuradito' empezó a gritar: ‘ay, qué gusto, mi madre, ayayái, ayayái, me muero, me matan, ay'. Pechón, Abilio lo contó en su trabajo. Los lisos se burlaron en su cara y le dijeron que eso no era garantía de un orgasmo, que había que buscar otras señales. ‘Manda la humedad, amigo, y súmele la temperatura, si está afiebrada es porque usted se portó como un macho, y si no, dese por enterado de que usted es el esposo, pero no el hombre de su vida'.
‘No coma gritos', le dijo el más viejo de los compañeros, y siguió: Las tres primeras de mis cuatro esposas eran gritonas a morirse, por lo que yo me confié y creí que de verdad las estaba poniendo a vivir, pero no, cuando me cambiaron por otro dijeron por ahí que ‘yo no servía como hombre, que jamás les había provocado ni medio orgasmo partido en tres'. El mayuyón le aconsejó que pusiera una cámara escondida para que le mirara luego la expresión mientras gritaba. ‘Cambia todo, la boca se va de lado, los ojos bailan, el rostro se pone grotesco y el corazón se le quiere salir', aseguraba el don. No pudo Abilio trabajar el resto de la tarde, ya veía su nombre en el libro de los cornudos. Llegó a su casa dispuesto a saber de una vez por todas si él era un macho capaz. A golpe de las diez de la noche, Rubiela lo vio sospechoso, y lo espió. Lo sorprendió poniendo la cámara, ahora sí gritó de verdad: ‘para qué y por qué pones ese aparato'. Abilio contestó: ‘Porque eres una mentirosa, estás fingiendo un orgasmo, no te sirvo como hombre'. Rubiela asintió con la cabeza y lloró; esta vez, Abilio reaccionó diferente ante las lágrimas. Y en lugar de consolarla, la golpeó. Tuvo que dormir esa noche en la cárcel, pero se levantó decidido a dejar a su esposa antes de que ella se buscara otro que sí le provocara todos los orgasmos que él nunca pudo lograr.