Chulo y borracho

Anocheció en la cárcel meditando en que no hay peor error que mezclar el corazón con los negocios
  • viernes 15 de julio de 2016 - 12:00 AM

Procedente de La Tetita, allá en el noroeste del mismo riñón de El Chirriscazo, llegó Enedina, quien venía a la capital a reunir unos reales para regresar a su campiña a instalar un negocito de conservas de borojó. Para lograr sus fines solo traía ganas, decisión y el talento natural que se consolidaba al recordar las palabras filosofales de su tía: ‘Se puede llegar al fin del mundo con prudencia, cabeza fría, un celular y buena administración de lo del centro'. Con ese equipaje arribó Enedina a la metrópoli panameña, donde pronto se llevó la gran desilusión porque el mercado estaba saturado, muchas foráneas y nacionales igual o más buenonas que ella, exhibiendo por todas partes los mismos atributos, algunos producto del bisturí y otros tan naturales como los suyos. La tarifa capitalina era inferior a la que ella tenía en mente, por lo que le tocó trabajar casi las 24 horas y poder reunir pronto el capital para procesar el borojó. La suerte se le volteó más cuando pasó del trato comercial a uno personal con Fernandón, quien le contó que tenía muchas heridas en el alma, porque sus cuatro esposas lo habían abandonado por otro amor. El abandonado narró uno a uno, con detalles, sus cuatro dolores, enfatizando en que aquellas lo dejaron porque les brotó la maldita química con otros, pero que ninguna podía poner como causa la falta de atención íntima, ‘en eso yo soy muy delicado y les doy lo que me piden, si quieren una caricia prohibida, allá encuentran a Fernandón, siempre dispuesto a complacer hasta en esos detalles que algunos llaman trabajo sucio'. A ella se le aguaron los ojos tras oírlo y lo mudó enseguida para su cuarto, donde pasaron tres días con sus noches en un cuerpo a cuerpo tan sabroso que ambos olvidaron que la vida exige bañarse y comer. Tres lengüetazos de Fernandón en el talento de Enedina y que le arrancaron a ella un chillido de placer, bastaron para que mandara a mejor vida la industria del borojó y los trabajitos pagados. ‘Ahora eres mi mujer y ya no puedes seguir en eso', le dijo él cuando recobraron la cordura, pero pasó una semana y este no daba señales de salir al trabajo. ‘Ni estoy de vacaciones ni incapacitado ni de tiempo compensatorio ni nada, sencillamente no trabajo, solo de vez en cuando', le contestó Fernandón cuando Enedina lo acosó a preguntas. Y le tocó empezar a pellizcar los ahorritos, lo hacía sin dolor porque era para comer, pero cuando el marido le exigió para las pintas, se negó y lo amenazó con sacarlo del cuarto si no buscaba trabajo.

Silencio fue la respuesta de Fernandón, quien a partir de esa noche la castigó y se mudó para el sofá, adonde llegaba ella a golpe de madrugada a suplicarle atención. En vano luchó para que el marido le diera lo suyo, el hombre estaba decidido a no dar su brazo a torcer y utilizaba la intimidad para que ella reculara. Ganó él una semana después, cuando Enedina no pudo más con el ardor de sus entrañas y se le subió encima totalmente desnuda y húmeda, suplicante, llorosa y con un billete de veinte en la mano que Fernandón no tuvo reparo en recibir. Le pagó con un trabajo maluco y flojo, que la dejó a ella más picada que nunca y gritándole ‘más, más, por favor'. ‘Otro cuesta el doble', dijo aquel y ella aceptó porque las ganas de hombre se le desbordaban y eso la martirizaba. Amaneció él con cien dólares y temprano se encaminó a la cantina, donde a golpe de mediodía llegó Enedina vuelta el diablo. Lo halló de espaldas y ahí mismo le asestó un banquetazo en la cabeza. Se lo quitaron a duras penas, pero el dueño del bar la acusó y quedó presa por intento de homicidio premeditado, a traición y otros cargos. Anocheció en la cárcel meditando en que no hay peor error que mezclar el corazón con los negocios.

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Borrador: Tres lengüetazos en el talento y olvidan todo.

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Dato: Con prudencia, un celular y lo del centro se llega a Suiza.

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