Sin chicha ni limonada
- viernes 18 de diciembre de 2015 - 12:00 AM
El virus que recorre a balazos el mundo, la infidelidad, llevaba años de estar acechando a Donato, pero siempre se le presentaba a través de mujeres poco agraciadas y carentes de las formas geométricamente perfectas que buscan los panameños, tanto los guapos y buenones en la cama como los feítos y de ‘tiros veloces'.
Tal vez por eso Donato le había ganado la lucha a la incansable infidelidad, pero tras conocer a Fabiola ya le temblaban las piernas y se habían ido a pique todos los sermones sobre el respeto al hogar y a la esposa que les daba a sus compañeros de trabajo o pregonaba en los autobuses. Donato, que no tenía experiencia en tramoyas para salir de la casa sin levantar sospechas, aprovechó que su mujer saldría a la reunión final de la cooperativa, en la que repartirían los ahorros y discutirían el informe de la tesorera, de manera que él calculó unas cuatro horas, porque su mujer le había dicho que ella pediría detalle centavo a centavo de todos los ingresos y egresos.
Después de una breve discusión logró convencer a su mujer de que era urgente que él saliera enseguida a comprar el jamón de Navidad, pues habían dicho en el noticiero que estaban escasos. A regañadientes, la buena esposa aceptó que Donato saliera solo y de noche, algo que jamás en los veinte de casados ella le había permitido. El plan maestro de Donato era dejar la cartera en casa para justificar, cuando regresara después de varias horas, sin el jamón de Navidad.
Partió Donato con una bolsa de tela, gruesa y grande, en la que traería el esperado jamón. Tomó un taxi para llegar cuanto antes a la casa ajena, donde la ardiente Fabiola lo esperaba aprovechando que el marido había salido para el interior a entregar unos muebles. Aparte de Fabiola, que lo recibió en un insinuante vestido, solo el perro pareció enterarse de su llegada, pues empezó a ladrar y a dar vueltas por todo el patio. Luego se paró en la ventana de la recámara y allí se quedó sin dejar de ladrar. Adentro, Donato recorría centímetro a centímetro el escultural cuerpo.
‘Apúrate que el tiempo es corto', le dijo mientras se acomodaba para recibirlo. Fue en ese momento que el perro se quitó de la ventana y corrió hacia otro punto. Por ese instinto de supervivencia y astucia que habita en toda mujer, Fabiola, sin saber por qué, le dijo a Donato ‘vístete a millón'. A pesar del deseo que estaba a punto de reventarle las sienes, a Donato se le vino a la mente la imagen de su mujer, y con ropa en mano quedó en la puerta de atrás, que sabía estaba abierta por cualquier eventualidad. En ese mismo momento oyó que se abría la puerta principal. Se arrastró entre unas plantas de guandú y cuando ya casi estaba en la salida lo alcanzó el perro que logró morderle el brazo. Ya a salvo, en la calle, tuvo que caminar casi dos horas para encontrar un taxi.
Y así, revolcado, mordido del perro, sin jamón y sin haberse levantado a la bella Fabiola, llegó a su casa donde lo esperaban con un palo de escoba en la mano. Pero en cuanto la esposa vio a su marido revolcado y mordido del perro olvidó sus sospechas y empezó a curarle la herida. Iba a preguntar dónde estaba el jamón cuando se quedó mirando atentamente la camisa de su marido y chilló: ‘¿Por qué carajo tienes la camisa al revés?'.
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Torpe: Experiencia mata tiempo.
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Iracunda: ‘¿Por qué carajo tienes la camisa al revés?'.