Canas al aire
- jueves 14 de julio de 2016 - 12:00 AM
Genarino quería, el cuerpo le pedía y él estaba seguro de que ‘aún podía'. Con este pensamiento salió a comprarse una ropa nueva para el casamiento de apuro de un nieto que se adelantó el postre e indigestó a la novia, y los padres decidieron casarla cuanto antes ‘para que los vecinos no hablaran'. El don salió en su carro, porque eso le daba elegancia, hombre viejo y a pie que no sea yo, sino usted, repetía él. Por pura cortesía le dio un bote a Lastenia, a quien algunas vecinas consideraban de peligro debido a que la caderona enviudó muy joven y no volvió a conocérsele marido de asiento, por lo que las de pensamiento torcido casi aseguraban que tenía un marchante que llegaba de noche y se iba antes de las primeras luces del día después de apagarle todos los ardores a la pobre viuda.
El día ese del despelote, Lastenia vestía un traje con flores rojas y moradas que dejaba ver sus piernas huérfanas de marido, pero firmes y bien torneadas, limpias de várices y de manchas, tan macizas y blancas que llamaron la atención de Genarino, quien tuvo que cerrar los ojos para deleitarse con el pensamiento de esas dos piernonas acomodadas cómodamente en cada uno de sus hombros. La mujer subió y habló de cualquier tema, y cuando Genarino trataba de encaminar la conversación por los rumbos del sexo, ella lo esquivaba ágilmente, hasta que el don se llenó de valor y le preguntó cuántos meses de viudez llevaba. ‘60', le contestó ella. ‘Mucho tiempo para una mujer joven, a todos nos hace falta eso', le dijo Genarino para prenderla, y volvió a la carga al preguntarle ‘pero todos estos meses ha estado sola, o qué'. Lastenia se viró en el asiento y le dijo sin parpadear ‘no, sus nietos me han apoyado en esta soledad, fui yo quien los inició a los dos, y mire que los muchachos salieron buenos, parece que eso viene de casta, no crea que yo estoy muy contenta con el matrimonio de Fermincito, se me va un placer, porque esa mujercita con la que lo van a casar es demasiado celosa'.
El don la escuchó y luego le preguntó si le gustaría que él reemplazara a Fermincito para que todo quedara en familia. ‘Si usted cree que dará la talla como su nieto, por mí no hay problema, nosotras nacimos para hacerlos felices a ustedes y les tocó a ustedes complacernos', respondió Lastenia y de un tirón y sin aviso, se sacó de debajo de las flores un seno y se lo mostró al viejo para que supiera a qué atenerse. ‘Estas dos son mi caja fuerte', siguió la mujer, que más adelante tomó la mano vetusta de Genarino y la puso a palpar sus humedales. ‘¿Usted cree que pueda con esta fuente?', añadió y eso fue todo para el hombre, que perdió la noción del tiempo, recostó su carro en unos pajonales y se perdió en los brazos insaciables de la bella mujer que ostentaba las tetas más grandes de la región.
El tejemaneje duró más de lo que el mismo viejo se hubiera atrevido a predecir, por lo que llegó a su casa callado y sin fuerzas. Se mantuvo encerrado por varias semanas, sin voluntad para nada, pero una calentura de su mujer, quien quería comer raspadura, lo obligó a salir al minisúper, en cuyas afueras se encontró con varios amigos, también jubilados, que le contaron que Lastenia estaba preñada. ‘Eso es mío', dijo Genarino tras tragar grueso; los otros se rieron y dijeron que leche vieja no preña. ‘La leche no envejece ni se daña, y aunque rancia, sirve, no ven los yogures, pura leche cortada y sana el estómago', aseguró Genarino, que casi se cae de espaldas cuando regresó a su hogar y vio a Lastenia conversando con su mujer. Pálido como la muerte se acercó a oír lo que hablaban. Lo hallaron los nietos más tarde, despatarrado a la orilla del camino, vivo, pero con la mente perdida.
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Tetonzona: Estas dos son mi caja fuerte.
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Parrampán: Hombre viejo y a pie que no sea yo, sino ‘usté'.