Bumerán

Gulnara entró a un cuartito y masculló unas oraciones.
  • viernes 28 de abril de 2017 - 12:00 AM

‘Tú no te llevaste a un santo', le grité a mi hija Leonor la tarde en que regresó llorando a gritos porque ‘sospechaba' que su marido Federico la estaba engañando. Le recordé con pelos y señales todo lo referente a su osadía de destruir el hogar ajeno para construir el de ella. ‘Tú sabías que hombre casado que engaña a su mujer es como el perro que come huevo, ni aunque le quemen el hocico con brasa viva dejará de comerse lo que le gusta, además, yo te lo dije clarito ‘así mismo como hoy deja a la esposa con los hijos pequeños para irse contigo, así mismo en unos años te dejará a ti y a tus hijos para irse con otra'. Mi hija no me paró bola y me habló de ir donde una señora que vivía por ‘allá donde se le perdió la gorra a un ministro' para que esta le diera unas recetas que aquietaran a Federico.

La primera visita a la señora aquietamaridos, que dijo llamarse Gulnara, fue pura pérdida, del bolsillo y de tiempo; la bruja exigió el pago solo por oír el caso, luego nos indicó que para ‘empezar el trabajo' necesitaba siete calzoncillos sucios de Federico, que eso era imprescindible para el éxito del trabajito y que regresáramos cuando hubiéramos reunido esa cantidad. Nos dijo severamente sin dejar de mover sus collares de oro: ‘Los traen en un cartucho oscuro y bien cerrado, para que no se contaminen en el bus y para que no pierdan olor'. Mi hija le suplicó que le dijera algo, algún indicio de quién era la que le estaba goloseando su manduco. Gulnara entró a un cuartito y masculló unas oraciones, no sé si en latín o en alguna otra lengua muerta, mientras estrujaba el sostén de Leonor, quien no tuvo reparos en dárselo en cuanto ella se lo pidió.

Para sorpresa mía, que llegué allá solo por acompañar a mi hija que andaba como alma en pena, Gulnara dijo: Este marido tuyo era ajeno, ¿verdad?, y le gustan las pelaítas, ¿verdad? Yo contesté sí, sí. Y añadí: Ella era mucho más joven que la esposa, por eso se lo quitó con facilidad. Otra vez la mujer masculló sus oraciones y luego nos soltó el mensaje oculto en el sostén de Leonor: ‘Sí, hay otra, parece que no te llevaste ningún santo cuando se lo quitaste a la otra, la nueva es de tu misma familia y sospecho que está preñada, pero eso lo sabré cuando me traigas los siete calzoncillos sucios'.

Mi hija cayó en cama por la revelación de la aquietamaridos, pero no desistió de su empeño de seguir el tratamiento para que Federico no la dejara; me tocó a mí ir juntando los calzoncillos sucios para el remedio, porque Leonor se la pasaba llorando y mirando el reloj en su afán de que los días corrieran para recoger la muestra íntima y llevársela a Gulnara, quien le había prometido ponerse a trabajar enseguida para amarrar a Federico, que andaba tan sinvergüenza que regresaba después de la medianoche y se mostraba indiferente a la supuesta gastritis que mantenía encamada a su esposa.

Una noche intenté reclamarle, pero me contestó groseramente: ‘Usted no se meta en lo mío, que bien que sabía que yo no era ningún santo, por qué no educó a su hija como Dios manda y le enseñó que lo ajeno se respeta'. Me quedé muda con esa reacción, y recordé que la primera esposa de Federico contaba eso mismo, que él desde que conoció a Leonor se puso violento y malcriado con ella y con los hijitos. No le dije nada a mi hija, quien estaba algo contenta porque ya teníamos cinco calzoncillos recolectados. ‘Solo nos faltan dos para llevárselos a Gulnara y que se ponga a trabajar de inmediato', me dijo Leonor bastante animada. Pero no alcanzamos a meter en el cartucho oscuro los siete calzoncillos, cuando nos faltaba uno, Federico se fue de la casa con la hija de la prima de Leonor.

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