El atuendo maldito

‘Ella es diferente, ella no me pide plata, no me da ni me quita, lo de ella es tiempo y atención, y eso se lo puedo dar sin meterme en problemas con mi mujer'
  • domingo 18 de diciembre de 2016 - 12:00 AM

Quienes han mandado al carajo la palabra fidelidad no pueden andar por la calle como Pedro por su casa, cualquier mirada pesada los pone al descubierto y quedan en aprietos, tal como le pasó a Alberto, quien se casó con Yami, de mal carácter, mandona y poco agraciada de cuerpo y rostro, y a la que no le faltaba temple para ponerlo en su lugar. En los primeros años Alberto vivía aculillado, pero con el pasar del tiempo aprendió a defenderse y se arriesgó a una aventurita con Lorna, quien al principio le mostró pura dulzura, pero apenas se enredaron en amores sacó su verdadera personalidad y le exigía tiempo.

‘Ella es diferente, ella no me pide plata, no me da ni me quita, lo de ella es tiempo y atención, y eso se lo puedo dar sin meterme en problemas con mi mujer', pregonaba pechón Alberto hasta que Lorna exigió que fueran juntos a comprar la ropita para Navidad. Él quiso sacarle el cuerpo diciéndole que no tenía sentido porque ni ella lo iba a ver con esa ropa ni él se alegraría el ojo mirándola con su vestido nuevo, pero Lorna se encorajinó y lanzó su misil: Si no vamos juntos terminamos aquí mismo, a ver si quieres empezar el año sin mí, recuerda que lo que tienes en la casa es un bagre y que la única bonita en tu vida soy yo.

Una cosa era el miedo de Alberto de ser descubierto por su mujer, y otra quedarse solo con la fea, y se llenó de ánimo para arriesgarse a ir con Lorna al centro comercial, donde sabía que también estaba Yami. Los amigongos le dieron el empujoncito: ‘No tengas miedo, hay que cuidar el pan de la casa, pero el de afuera también es importante, ese es el que tiene más levadura, además, ese mall es grandísimo, no puedes ser que tú seas el más salado que vas a ir al mismo almacén donde vaya tu mujer, eso sí no vayas por los comercios preferidos de ella', le dijeron a Alberto, quien se fue con su amante a comprar el atuendo.

Andaban vueltos un mafá en los almacenes, tanto que Alberto no captó la mirada asesina de una vecina, quien lo cazó cuando entró al vestidor. ‘No, señorita, usted no puede entrar', le dijo el encargado del vestidor a Lorna, quien quería meterse con el macho a ver cómo le quedaba la ropa. Tuvo que retirarse y quedarse afuera. En un segundo, la vecina le envió el chat a Yami, ‘Alberto con otra en el vestidor del almacén xxx'; por cosa del mismo diablo, Yami estaba cerca, y voló al lugar, adonde llegó justo cuando Alberto asomaba la cabeza para avisarle a Lorna que diera su opinión sobre cómo le quedaba el atuendo. Y la vio, casi enloqueció del susto y se metió raudo en el vestidor mientras Yami no quitaba el ojo del cubículo. Tenía una mirada que no presagiaba nada bueno y que asustó a Lorna, quien, como lo que era, una culebra, se arrastró entre la gente y así mismo se perdió. Solo los brazos de Yami le metieron miedo. Fue una hora después, y tras muchas llamadas de atención de los clientes ansiosos, que el encargado del vestidor se percató de que la puerta 7 llevaba rato cerrada. Tocó varias veces, pero Alberto no abrió. ‘Por favor, caballero, ¿se siente bien?', decía el empleado.

Claro que está bien, abre esa puerta o la abro yo y lo saco arrastrado, gritó Yami y de un empujón tiró abajo la endeble puertita, entre gritos sacó a Alberto, descalzo, en camisa y calzoncillos, y lo arrastró por todo el almacén. Ni los seguridad pudieron con Yami bestializada, el del vestidor se desmayó de puro susto. Fue en medio del pasillo del venado que otros policías le dieron honor a su trabajo y en un santiamén se lo quitaron y ayudaron a Alberto a ponerse de pie.

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