- domingo 05 de febrero de 2017 - 12:00 AM
Ser padre de familia es la única profesión en la que primero se otorga el título y luego se cursan los estudios. El desvelo de Abel empezó apenas supo que Corina, su mujer, estaba embarazada. Lo atormentaba pensar en la hora en que naciera el primogénito, porque sabía que ese acontecimiento reuniría en el hospital a la parentela de ambos, sobre todo a su suegra y a su propia madre, quienes se declararon una guerra fría desde la celebración de la boda. Marina, su suegra, criticó el vestido de su progenitora, Telma, y en dos ocasiones dijo, como quien no quiere ofender, pero que en realidad sí quiere hacerlo, ‘no como gallina de patio ni carne de monte, porque yo sí crecí aquí en la capital'.
Aquella vez, Telma solo la miró, pero cuando coincidieron en un supermercado, esta saludó fríamente a Marina, quien se quedó con la espinita y se lo hizo saber a la hija para que le pasara el dato al marido, y este le hiciera saber a su madrecita que en opinión de su suegra, la otra era una campesina maleducada.
Con ese temor pasó Abel los nueve meses hasta que una tarde dominical nació su primera hija, y al hospital corrieron su madre y su suegra, no así los abuelos primerizos, quienes recordaron el refrán ‘un abuelo es una persona con plata en el pelo y oro en el corazón', y prefirieron quedarse en casa para evitar ser testigos de algún hecho fuera de orden que, conociendo a sus mujeres, protagonizarían las abuelitas primerizas. Antes de subir al ascensor, las dos damas se miraron, midiéndose, y ya arriba, junto a la hija y nuera, idearon elegir el nombre de la pequeña.
‘Yo quiero que le pongan Melania, para que tenga la misma suerte que la gringa esa, que se casó con un hombre millonario', anunció Marina, y enseguida y de mala manera, la paró Telma: ‘No, capitalina, está equivocada, porque la señora Melania no es gringa, ella es eslovena, el gringo es el marido'. Una torcida de ojos y de boca fue la respuesta de Marina, pero no le demoró el desconcierto, porque enseguida sugirió que la neófita debía llamarse Kate del Carmen.
‘No, ese nombre no me gusta, me da temor que se enrede con un narco y este nos mande a asesinar a todos cualquier día y a cualquier hora', exigió Telma, y esta vez la consuegra se le enfrentó gritándole ‘coño, es que a usted no le gusta ninguno de los nombres que yo le busco a la niña, seguro que usted tiene el nombre perfecto, dígalo, pero sepa que yo no lo voy a aprobar'.