Aserrín de oro
- martes 13 de diciembre de 2016 - 12:00 AM
‘Ao, ao'. Por esa mala costumbre del panameño de eliminarle la consonante d a todos los participios, y arrancarle de cuajo las dos primeras letras a la forma verbal está, Alejo llegó a su hogar gritando entre llanto desconsolador: ‘Ta queda'o, Alejito ta queda'o'. Su amada mujer, la exuberantísima Ingrid, lo consoló: ‘No todo está perdido, todavía queda la reválida, que cuesta un ojo de la cara, pero se paga y ya, eso es puro negocio, los profes dejan a los pelaos y después ellos mismos se ganan el camaroncito, así que ve enseguida a preguntar cuándo es el examen ese para ponerlo a pilar, pero de que Alejito se pone la toga y recibe su diploma con los demás, dalo por hecho, no por gusto pagamos ese dineral que cobraron dizque de gastos de graduación, además, ya él repartió las fotos de graduado'.
Alejo se limpió los mocos y cogió rumbo para el colegio en busca de la esperanza de que su hijo saliera por la puerta ancha con el diploma de bachiller. La profesora lo recibió amable y en un susurro le dijo que no le pondría examen al chiquillo, que para pasar la materia solo tenía que llevarle veinte sacos de aserrín, entregárselos a ella y ya, ‘automáticamente le pongo el tres y lo anoto en la lista de graduandos'.
El padre regresó feliz gritando ‘ta pasa'o'. Ingrid soltó una retahíla en contra de la docente: ‘Yo no entiendo qué tiene que ver el aserrín con las matemáticas, o será que la vieja esa come aserrín, o es que eliminaron el Teorema de Pitágoras, ahora es el teorema del aserrín y las ecuaciones de virutas en lugar de las trigonométricas. Si eso es lo que pide la cara de v… esa, vamos ya a conseguirlos, pero ponle la firma que Alejito se gradúa'.
Un vecino les indicó la dirección de un ebanista que tenía montones de ese desecho y les aseguró que lo regalaba. Solo fue Alejo a la misión, porque Ingrid andaba en busca del chachái nuevo para la ceremonia de graduación de Alejito, cuyo padre no tuvo dificultades para llegar adonde el fabricante de muebles, que lo dejó llenar los veinte sacos. Cuando ya Alejo los iba a subir al camión, el ebanista le dijo: ‘Son 200 panchos, a diez el saco'. El mundo se le vino encima y, en lugar de negociar con el otro, se puso a discutir y a acusarlo de lagarto, de ambicioso, de ingrato, de vendedor de basura, de la peor escoria nacida y conocida en Panamá. El potencial vendedor lo dejó hablar, y luego, uno a uno, fue vaciando los sacos ante la mirada rabiosa de Alejo que veía alejarse el diploma de su hijo, pero ‘no le daba la gana de pagar ni medio centavo por las virutas'. De repente, lo empujó y le gritó ‘malagradecido, tú eres quien debería pagarme, porque yo te estoy ayudando a limpiar'. La reacción del ebanista fue violenta, se enfrascaron y rodaron entre el aserrín acumulado. Se separaron solos, pero Alejo se fue gritándole al otro que primero muerto que pagarle por la basura esa, que se la comiera y se indigestara por los siglos de los siglos.
A Ingrid casi le da un soponcio cuando supo que su marido no había conseguido el pase de Matemáticas, y lo regañó como a un chiquillo reprobado. Mientras, la profe llamaba para preguntar cuándo llevaban el tres de Alejito, por lo que Ingrid rompió su alcancía y se fue sola para donde el ebanista. Rápido negoció los veinte sacos de aserrín, sin pagar un real, y los llevó directamente al colegio. Ya con el diploma seguro, llamó a Alejo y le dijo que llegaría tarde, porque le faltaba comprar los accesorios para el vestido que usaría en la graduación de Alejito, lo que ya era un hecho. El marido quedó feliz, pero ignorante de que su mujer, en los brazos del ebanista, le pagaba con ‘mucho gusto' los veinte sacos de aserrín que él no quiso pagar con dinero.