Antibióticos peligrosos

Todavía está por nacer el auténtico experto en poner cachos sin que su mujer se entere
  • jueves 09 de febrero de 2017 - 12:01 AM

Todavía está por nacer el auténtico experto en poner cachos sin que su mujer se entere. Yo creía que me las sabía todas, y lo creía así porque en catorce años de vida conyugal, en los que engañé a mi esposa desde el tercer día de casados, y a partir de ahí era una aventura por mes, nunca ella se dio por enterada, ni sospechó. Me ayudaron mucho las oportunidades que me daba mi trabajo, a cada rato me mandaban para el interior o a un curso, a representar a mi jefe en una reunión de esas que duran hasta al amanecer, entre otros motivos que se movieron a mi favor, además de que siempre he tenido un buen sueldo, porque es una verdad irrefutable ‘el que tiene plata y padrino no muere infiel'. Siempre había un amigo que me sacaba de apuro, hasta mi propio jefe, un don que también conocía los vaivenes que genera la infidelidad, razón por la que en incontables ocasiones me ayudó a quemar a mi pobre Gerania, quien me agarró infraganti, y no me la pasó porque, según ella, el que quema una vez quema dos, tres y hasta la bolita del mundo.

Mi desbarajuste comenzó cuando mi amante de planta, Griselda, me dijo que la llevara al doctor. Cuando salió del consultorio me enseñó varias recetas, dos para ella y dos para mí. Extrañado le pregunté que por qué carajo el doctorcito me había recetado. La miré serio y casi le grité: ‘Voy a entrar a mandar a ese médico de vuelta a la universidad, tú no le dijiste que yo soy el rey de la salud, que mi salud es de hierro y que en 49 años jamás me he resfriado ni me ha dado vómito ni diarrea ni me duele ningún hueso y que mi colesterol, mis triglicéridos, mi presión, mi azúcar y todo ese combo siempre están en el nivel normal'. Iba a seguir con mi currículum orgánico, pero Griselda me hizo gesto de que me callara y con mucho tino se señaló su vulva. Pasó nuevamente al consultorio y el galeno me mandó a entrar para decirme que el tratamiento era en pareja porque de nada valía que solo Griselda se curara si yo nuevamente volvía a enfermarla.

Tuve que aceptar, de muy mala gana, seguir el tratamiento, porque mi amante de planta me amenazó que si no lo tomaba ella me dejaría. ‘Primero es mi salud', aseguró, y yo, para defenderme, le grité que yo solo tenía relaciones con ella, porque en mi casa ya no existía la recámara matrimonial. Y agregué: Además, si yo solo lo hago contigo, de dónde o de quién adquiriste ese percance o es que me estás jugando chueco. Pero Griselda no se dejó intimidad y me dijo en voz mucho más alta de lo normal: ‘Cambia esa estrategia, que yo sí estoy clarita en que solo te lo doy a ti, tú eres el que te acuestas con otras y entérate de que no te creo ese cuento de que ya no duermes con tu mujer'.

Me tocó callarme y comprar mis antibióticos, los cuales escondía en mis zapatos para que mi mujer, Gerania, no los viera. Sigiloso me levanté a medianoche porque había olvidado tomar las benditas pastillas, y mi esposa me siguió a la cocina. No me percaté de eso hasta que ella me gritó ¿por qué diablos tomas antibióticos si no estás resfriado ni estás enfermo? Y sacó un repertorio de mi formidable salud. Luego me arrebató el cartucho de los medicamentos, y entonces sí me cayó el mundo encima cuando la oí leer tratamiento en pareja por una infección severa. Enseguida comprendió todo, y como ella es una mujer muy digna, no dijo una palabra más sobre ese hecho ni sobre ningún otro tema en el resto de la noche. Al día siguiente quedé solo en el hogar, y aunque le rogué no ha vuelto en estos cinco años transcurridos desde el maldito día de los antibióticos.

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