Amor a primera vista

- martes 03 de marzo de 2020 - 12:00 AM
Joel es uno de esos que acostumbra a estar a las ocho en punto en los lugares donde tiene que hacer algún trámite. Aquella mañana de febrero, como siempre, a las ocho de la mañana estaba en la recepción de una empresa. En el lobby, esperada a que las empleadas encendieran las computadoras y que la recepcionista se sentara en su trono, frente a los controles de las llamadas.
Joel veía a los empleados entrar y perderse por una puerta de cristal. Unos iban de largo y otros subían una empinada escalera. Fue entonces cuando Joel se percató de la muchacha de la recepción. De cara redonda, una cabellera igual que las que llevan las mujeres de la comarca. A Joel se le vino a la mente la reina del Tabasará que se instaló en el corazón de todos los panameños y que fue una lástima que no la eligieron en el concurso internacional. Joel es uno de los panameños que tiene una foto con Rosita. La chica de la recepción tiene algo de aquella belleza.
En los cubículos de ventas Joel, mientras le hacían el trámite de la compra, estuvo tentando a preguntar por la recepcionista. Evidentemente era nueva, o quizás ocupa otro puesto y cuando se dan contingencias hacía de recepcionista. Terminó el trámite y pensó en ir hasta el puesto y preguntarle cualquier cosa, para escucharle más de cerca el timbre de voz. Se imaginaba su voz tan dulce como la de la reina de belleza. Al final desistió. Ya habían otras formas de conocer la información primaria.
Cuando estuvo en el carro llamó desde su celular. Joel sabe que todas las chicas de recepción dicen al menos su nombre cuando responden la central telefónica. Con el nombre que escuchó se fue a las redes sociales. Bingo. Es difícil que los muchachos en estos tiempos no tengan al menos 3 cuentas en redes sociales. Le mandó un primer mensaje presentándose. En el empleo, estuvo revisando si tenía alguna contestación. Nada. Pensó que quizás la joven tenía novio o que tomaba esa decisión con todos los anónimos que le escribían. A Joel no le quedó más que esperar.
Durante esos días de zozobra, fue a la tienda y le compró una cajeta grande chocolates. Pagó al mensajero para que los llevara. Así pasaron dos semanas. Joel se inventó un trámite en dicha empresa y a las ocho en punto esperaba en el lobby. Los empleados entraban y se perdían por el pasillo o la escalera. Era la postal mañanera que ya se conocía de los viajes anteriores.
Terminó el trámite y se sentó a esperar. Para su sorpresa, una dama de unos cuarenta comenzó a despachar las llamadas. Joel se sintió derrotado. Se reprochaba no haber actuado aquel día. Esperó que la recepcionista no tuviese el auricular en la oreja y se acercó con pasos firmes. ¿Había una joven aquí la vez pasada que viene?, preguntó Joel en tono intelectual. Era mi prima, que me estaba haciendo las vacaciones, le contestó la dama, que sacó un chocolate de una caja, que a Joel le pareció conocida, y se lo llevó a la boca.