¡A dormir!
- sábado 09 de enero de 2016 - 12:00 AM
Milciades sentía que ya podían incluirlo en la lista de los diez panameños más felices, la seguidilla de los sábados libres le permitía dormir a pierna suelta hasta el mediodía, cuando lo despertaban las ganas de orinar y los cantos desentonados de su estómago pidiendo el negrito. La noche anterior, antes de irse a la cama, había escrito en su perfil: ‘Esto sí es vida, este sí es un país de a'lante, mañana, al igual que los dos sábados anteriores, podré amanecer dormido, seguro que el viejo cara de coneja de mi jefe estará con las pelotas hinchadas de pura rabia porque no tenemos que ir a trabajar, eso sí le duele a ese hp'.
Se acostó feliz y ni caso le hizo a Dianeth, su mujer, que se había acostado desnuda. ‘Déjame dormir, que yo llevo muchas horas atrasadas de sueño, tú sabes lo que es madrugar todos los días de lunes a sábado, son veinte años en esa madrugadera, hay que ser muy varón para aguantar eso', reclamó Milciades, quien se durmió casi enseguida sin resolverle a su mujer, ni oyó que ella murmuró: ‘Cabrón, mañana me las cobro y con lo que más te duele'. Le vinieron al recuerdo las palabras con que Milciades la enamoró: ‘Tres cosas son sagradas para mí: mi mujer, mi sueño y mi comida'.
Y por ese lado lo atacó, serían apenas las cinco y media de la mañana cuando lo sacudió con más fuerza que si se tratara de un enemigo. No tuvo éxito, así que optó por los gritos: ‘Párate, Milciades, levántate ya que tú prometiste que este año te pondrías el delantal y me relevarías en todos los oficios de la casa los domingos y días feriados, nacionales y de duelo, ya quiero café y los pelaos necesitan desayunar temprano, etc., etc.'. El hombre se levantó turulato y puso la olla para el negrito, que le sirvió encara'o. ‘Dos de azúcar', le dijo Dianeth, y eso colmó la paciencia de Milciades, a quien se le revolvieron los sueños atrasados y la rabia porque ella lo hizo pararse sin necesidad precisamente un sábado que él no tenía trabajo; y le contestó con ánimo de pelea: ‘Esto solo me pasa a mí por maricón, a mí nada más se me ocurre prometer pendejadas, además, yo solo dije que cocinaría los domingos, nunca metí los sábados, si ese día yo trabajo, y ponle azúcar tú o tómatelo simple'. Hizo rodar la taza con el café y de gracia regó el tarro de azúcar por el piso.
Y se acostó de nuevo, más encorajinado que nunca y arrepintiéndose de las palabras que se le salieron en una hora de euforia. Se durmió media hora después, y ya estaba sumergiéndose en los recovecos felices del sueño cuando su mujer lo despertó recordándole a gritos que ya eran las nueve y había que poner el almuerzo.
Vete al carajo, solo sirves para joder y pedir plata, le gritó, y ella le soltó un soplamocos inofensivo que Milciades esquivó con la diestra y con esa misma mano agarró a su mujer y la zarandeó coronándola con una serie de reclamos sobre la incompetencia de ella como señora de la casa. Los insultos hallaron rival y formaron una gritería descomunal que despertó a los pelaos, quienes recorrieron el vecindario pidiendo ayuda. ‘Mi papá está matando a nuestra mami', repetían y los vecinos, como estaban libres, corrieron a socorrer a Dianeth, a la que hallaron recitando lo más selecto del repertorio vulgar aprendido en la calle.
‘Váyanse, que aquí no pasa nada', les dijo Milciades y los socorristas se esfumaron, no así los policías que habían sido llamados por los chiquillos. Se lo llevaron esposado y tuvo que llamar al don cara de coneja para que le pagara la alta fianza y quedar libre. El viejo acudió presuroso con el chenchén. ‘Deme unas cuotas suaves para pagarle, jefe', pidió Milciades.
‘No se preocupe, con que vaya a trabajar todos los domingos de este año es suficiente', afirmó el gerente.
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Dormilón: Dormir es fácil, lo duro es levantarse.
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Buenazo: Soy tan buena persona que no madrugo para que Dios ayude a otro.