Oliverio, asesino serial de mataperros a criminal

El extraño hombre usó estricnina para envenenar a su esposa y a una joven y a su padre
  • domingo 22 de septiembre de 2024 - 12:00 AM
Nunca quedó dudas de la culpabilidad de Oliverio Castañeda, si antes hubo alguna ya no existe.
El escritor nicaragüense, Sergio Ramírez, a través de su obra le dio un alo de inmortalidad fue también su último fiscal al escribir Castigo Divino

Oliverio Castañeda logró introducirse, debido a sus encantos naturales, en el seno de una familia acomodada de la ciudad de León en Nicaragua, para acabar con todos.

Nació en Guatemala el 18 de enero de 1908, inició sus estudios en Derecho en la Universidad de San Carlos Borromeo y los terminó en la Universidad Nacional de Nicaragua, en León, el 21 de febrero de 1933.

En Nicaragua solo se tiene registro de un asesino en serie que cumple con creces los patrones y comportamiento de la psicología criminal, es Oliverio Castañeda, una especie de dandi, cuya historia inspiró al escritor Sergio Ramírez a escribir la crónica policial: Castigo Divino.

Oliverio llegó a León en 1933 y por su buen parecido atrajo mucho la atención, sobre todo en las damas de la época, ya antes en 1929 había estado en Managua, capital nicaragüense; pero bajo su elegante figura se escondía una mente criminal.

Siempre vestía de saco y corbata de color negro, a la sazón la gente le preguntaba, por qué siempre vestía de luto, a lo cual respondió: “es que mi alma guarda un eterno dolor, la muerte de mi madre muy a mi corta edad me marcó para siempre, recuerdo cómo la vida se le fue apagando con unas incontenibles fiebres, la vi ahogarse en sus propias exhalaciones que parecían pedir ayuda a un Dios que mira a sus hijos con indiferencia, jamás olvidaré esa escena”.

El asesino serial confesó haber llevado una vida modesta en Nicaragua junto a su esposa, dijo: “gracias al giro de $100.00 que mi padre me enviaba desde Guatemala; al quedar viudo la mesada se me fue reducida a $30.00, apiadándose de mi situación y gracias a su infinita bondad, la familia Gurdián me tendió calurosas atenciones dejándome morar en su vivienda”.

La muerte de Marta, su esposa fue cubierta con un misterio doloroso; según registros judiciales de aquel expediente criminal, la mujer murió de fuertes dolores estomacales, pero no hubo autopsia ni tampoco estudios médicos de ella, sin embargo, se sospechaba que Castañeda la había envenenado con estricnina [un pomatarratastaratas].

Mataperros

A mediados de junio de 1932, hubo en León una matanza de perros por envenenamiento en la que Castañeda fue acusado de ser el responsable; los animales fueron envenenados con pequeñas dosis de estricnina colocada en carne cruda y varios testigos lo señalaron de ser el culpable, ante el juez Mariano Fiayuski.

Una de las hijas del acaudalado empresario Enrique Gurdián se enamoró de Castañeda, este confesaría ante el tribunal de justicia que Edna Gurdián y él intercambiaban cartas clandestinas de amor y, poco a poco se fue ganando su confianza. “En algún momento pensamos en escapar e irse directo a Puerto Corinto para tomar un barco de vapor hacia La Florida, Estados Unidos”.

En noviembre de 1933 Edna falleció, los primeros indicios médicos atribuían su muerte al paludismo, pero las sospechas llegaron hasta Castañeda, al punto de que, el juez ordenó desenterrar los cuerpos, tanto el de su esposa Marta como el de Edna, para hacer nuevos análisis toxicológicos.

Pero a las pocas semanas también falleció Enrique bajo extrañas circunstancias.

Los laboratorios de una universidad que también utilizaban las autoridades para determinar las causas de las muertes, se encontró que estas tres personas (Marta, Edna y su padre Enrique Gurdián) murieron a causa del envenenamiento por estricnina.

Se piensa que Castañeda regó con el veneno la comida de Edna, mientras que a Enrique se lo suministró en cápsulas.

El asesino negó las acusaciones imputadas.

Un 1 de diciembre de 1933 Castañeda tenía tres acusaciones en su contra por asesinato. La audiencia constituyó todo un espectáculo, para una ciudad en la que no pasaba este tipo de cosas, un juicio oral y público.

El juez finalmente dictó las sentencia de pena de muerte, la mayor en la Nicaragua de aquella época. Dos años después, Oliverio esperaba el cumplimiento de su condena, pero escapó de la cárcel, se dice que en complicidad de la Guardia Nacional, cuando un custodio le dio un uniforme de oficial para que pudiera pasar desapercibido, pero a pocos kilómetros fue alcanzado y ejecutado bajo la ley fuga, la cual permitía el aniquilamiento de cualquiera que huyera de la prisión.

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